Una noche de furia...

Me son tan desgastante las jornadas donde tengo que utiliza la fuerza. Descubrí que me provocan un cansancio interno, efecto de la adrenalina y otras sustancias que operan en todo el proceso de tención y resolución, el esfuerzo de realizar ésta operatoria en especial cuando es mayor la de contener la situación de agresión del otro.
Llegó a media noche, curado y pendenciero, diciendo que a él nadie le impide el paso pues es un cliente vip. Pero viejo, así cómo éstas no puedes pasar, que los pacos andan “aguja” por todo los que ha sucedido en torno a la Maestra –sólo enunciarlo, sin profundizar- y entiende que no es algo personal, que un parte por atender a alguien en estado de embriaguez es jodido. Imagínense todo este dialogo aumentado en varios niveles de intensidad y repetición, con un tono conciliador y pausado, haciendo de “canchero” buena onda. Pasan lo minutos, el hombre dice que llame a Sergio, que llame al administrador, que llame a la autoridad. “Ya po´ si ya he sido mucho más tolerante que en cualquier otra situación”. Nada, parado en medio del pasillo de entrada. Evalúo la situación, han pasado ya diez o más minutos, los pacos están haciendo controles de vehículos así que no se meterán. En ese momento el hombre avanza los dos metros de la entrada y abre la mampara que separa mi sector con el interior de la Maestra. Lo agarro con fuerza y lo empujo afuera. Me pesa el abrigo y la ropa que uso para espantar el frío. Primer golpe lo lanza él, queda volando por el desnivel de la vereda el umbral de entrada. El siguiente golpe lo lazo yo y el hombre va a suelo. Los códigos de la lucha callejera dicen que en ese momento debí terminar con un par de golpes, patadas y damases, pero lo mió es disuadir, no transformar el tema en algo más personal de lo que ya ha sido. Se levanta, me agarra la ropa –tiene fuerza el tipo- lo empujo y le intento agarrar los brazos, espero que con el alboroto los pacos se apersonen –cómo siempre brillan por su ausencia.
Tengo presente la pelea de hace dos años en la que una patrulla va pasando y nos lleva a los dos por pendencia –en esa oportunidad me fueron a buscar en caravana, ¿ahora serían otras las solidarias?- lo que me contiene en un minuto y realizar los esfuerzos, siempre es inútil, por bajar la tensión, cómo si el dialogo –que en todo caso lo creo firmemente- suaviza y ayuda a que el otro abra su proceso en “clausura operacional” –Francisco Varela utiliza este concepto matemático para referirse a los seres vivos unicelulares que son capaces de ser sistemas en si mismo, autopoyecis. Pero lamentablemente, en realidad nunca resulta, el hombre no entendió el gesto.
Recuerdo que nos separan unos clientes. En todo caso Matías y Gufo están atentos a las jugadas pero nunca cómo para meterse, esto es cosa mía y así lo hemos medio conversado cuando definimos procedimientos. Le intento decir que vaya a los pacos a realizar una denuncia responsable, que no tengo problema en responder en tribunales a sus reclamos por la “agresión” que le he propinado. Se retira, cruza la calle y lo veo conversar largo rato en una patrulla. Ellos debieron ver todo, pero en estos caso no se involucran, es así la cosa, un fragmento de la tierra de nadie, donde un sujeto borracho ase lo que se le antoje y uno debe defenderse. Suena tan reaccionario, pero son los hechos de la causa.
Tres de la mañana. Ha pasado el tiempo y ya me he relajado contenido en las manos de una dama que consuela las heridas de guerra –me quedo una ligera molestia en el brazo con el forcejeo. De pronto aparece nuevamente. Logra entrar hasta la caja –me encontraba solo. Termino de atender a unos clientes que van de entrada. Me mantengo tranquilo, surge todo el espirito de la mística oriental. “Disculpe señor, ud. tiene prohibido la entrada. Le podría decir que es de por vida pero no es mientras yo me encuentre en posición de recordárselo a quien realice la labor que desempeño”, le miro fijo a los ojos, se ve mucho más despierto, tengo la sospecha que ha consumido alguna sustancia química por la rigidez de su rostro. “Tu no sabes con quien te metes, yo no soy un delincuente para que me trates así (sic)”. Efectivamente no lo se, pero se ha comportado cómo un delincuente. Lo agarro de los brazos y lo saco a la vereda. “No me empujes, yo soy un empresario… y tu eres una mierda…”. “Estoy en el mundo para tirar mierda y hacer mi trabajo cómo corresponde. Pero ud. no sabe comportarse, así que aquí ud. no entra”. El hombre me empuja. Yo me saco el abrigo. Siento que todo esto ha llegado demasiado lejos, no quiero más. Él se saca su casaca y la tira en la vereda. Un solo golpe, impulsado con mi brazo izquierdo, con el puño cerrado para no dañar los dedos, seco, sin contemplación, sonó sobre su pómulo izquierdo. A suelo. Esta vez estaban a unos metros los muchachos de la seguridad comunal. Los ubico a todos, siempre pasan a conversar, ocupan los baños y de vez en cuanto les ofrezco una tasa de café. El hombre al levantarse se abalanza sobré mi pero los guardias lo atajan, le dicen que se vaya. Me menaza –ya no tengo memoria de las veces que he recibido la misma frase- “te voy a reventar”. En otro momento me dice que me espere, que mañana viene su abogado, que me va a meter preso, etc.
Eso es. Y quedo con la sensación de perder un poco de integridad al utilizar la fuerza de esa manera, me refiero que tengo una responsabilidad y un poder y no me gusta sentir que a pesar de todo existe una desproporción –una simetría- que me favorece. En todo caso me quedo tranquilo, pues utilizo todos los recursos que puede disponer un dialogador para abrir el ámbito de la empatía del otro. Esto no quita la cuota de “realismo” de concebir los riesgos de mi rol, y por lo tanto siempre actuó a la defensiva ayudado por una serie de recursos simbólicos –vestimenta, corte de pelo, actitud- que minimicen esos riesgos.
Menos mal que estuvieron las flores y hierbas sanadoras para calentar el peso de la noche. Es un brebaje que tiene aroma de mujer.

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