El mundo es una pelota.

Nunca fui muy alentado para el fútbol, era menos que del montón y asumí tal condición como parte de mis características, aquello que constituye mi ser. En todo caso mis hermanos no cargaban con el mismo signo, tanto así que el menor, Ricardo, en algún momento coqueteó con la posibilidad de jugar profesionalmente –tenia pasta para el juego- en algún equipo de provincia.
Para mí el fútbol no es una pasión, es una actividad humana fuertemente restringida al genero que establece en todo caso códigos muy complejos y diversos que muestran una gama de elementos, no solo de los participantes directos en la contienda sino además en el entorno, la graderías, el hincha, el comentarista, la industria que se arma en torno a este deporte. Recuerdo a Eduardo Galeano y sus relatos maravillosos de “Historias de Fútbol”, o la película de Andrés Wood de idéntico nombre, para referirse a la vida, los pequeños actos, las ceremonias y ritos que se verifican en torno al deporte estrella, que en todo caso demuestran la raigambre masiva que despierta pasiones oscuras y que pueden detestar del ser humano.
Pero para mi llego a ser un calvario, por ejemplo en el internado. Recuerdo que los muchachos organizaban campeonatos semestrales en los cuales todos debían participar con penas de anotaciones negativas en el libro de clases, los partidos se jugaban en las tardes después de la cena y esto provocaba estragos en toda mi fisiología que restringía aun más mi atención en los movimientos de los míos y los otros. Un año se permitió elegir talleres y entre la oferta existían unos de manualidades y otro de literatura. Recuerdo que elegí este último pues en realidad me gustaba, a pesar que la hora la pasábamos escuchando a la monitora leer y contarnos los relatos –la mayoría de las veces historias rosas que estaban previamente censuradas sus partes melosas y eróticas. Un monitor y tío encargado del hogar me fue a buscar pues consideraba que yo estaba capeando la actividad física por flojera. La tía Elizabet peleo mi condición de elector legitimo de una actividad que era tan importante cómo la de andar tras la pelota. Al siguiente semestre se cambio la regla y se podía optar en otro horario al taller, sin que este afectara las actividades físicas.
Otra de las concesiones que realice para establecer un mínimo de entendimiento con mi entorno social fue el definir un equipo al cual suscribiría como hincha. Ese fue la Universidad de Chile. Debo decir en todo caso que en mi vida he ido a un partido de fútbol, exceptuó la final del Mundial Sub 17 del año 1987 y que las entradas me las regalo un vecino. Las otras veces que he ido a un estadio han sido a recitales y actos políticos diversos.
Ahora con todo el bombo del mundial me he topado con partidos de equipos pero nunca cómo para tener una opinión menos que regular de personajes y posibilidades. Me guío por la intuición de sentir que tal representación me gusta por que son latinoamericanos, o que los africanos son selecciones en ascenso y por lo tanto requieren atención, pero que finalmente son las mismas opiniones que he escuchado de pasada de los “entendedores” de esta contienda y que las hago mías por no inmiscuirme más en el tema. Me gustaría una final en la que estuviera o Brasil o Argentina. Pero que más da si el mundo es una pelota.

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