Gracias al chocolate.

Una tasa de chocolate caliente. Así de placentero y se arma una experiencia que con el tiempo se incorpora al acervo de recuerdos, esas armas que sirven para cubrirse del dolor de lo acabado –el desarraigo, el desamor y la propia muerte.
Aun tengo en la memoria la vez que vi aquella película de Chabrol, “Gracias por el Chocolate” en que Marie-Claire, la impertérrita personaje interpretado por la Huppert, dosifica el veneno en deliciosas porciones de chocolate caliente mientras suenan las notas del piano, tormento del destino. Lo vimos en un cine que ya no existe –corría el otoño de 2003- y que era a la vez una tetería que estaba casi al llegar al Antonio de la Barra en el barrio Bellas Artes.
Esta vez fue una tasa del brebaje placentero en compañía de una mujer menuda y cercana, que ésta lejos del esteriotipo del personaje calculador y desnivelado sicológicamente que muestra Chabrol. Pero tiene algo de esa mirada intensa, provocadora y a la vez alentadora, que desde un silencio que busca encajar elementos de mis, a veces, dispersos comentarios un sentido que no tiene por que tenerlo. Y que más agradable que hablar en su compañía, pues me hace sentir que el tiempo es un señuelo para alargar la espera.
A esa mujer mis agradecimiento por regalarme una tarde que ya es parte de mis momentos eternos.
Por otro lado soy un devorador de situaciones que me permiten cubrir los rincones desolados de mi alma.

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