Amantes.

Se sentó al fin, parecía cansada de la caminata. No fueron más de cinco cuadras, le digo. Si no es eso, es sólo la emoción de estar en este lugar a tu lado. Cómo que emoción, si es el lugar que siempre mirábamos desde la ventana de la micro. Lo que pasa es que ves las cosas con esa simpleza, pero imagina que es un lugar que sin ser inasequible o algo por el estilo tiene magia, es misterioso, son estos árboles, las bancas que han guardado secretos, soledades y fantasías. ¿Y qué fantasías tienes tu? La interrumpo al fin. Cómo si no las conocieras y me estira la mano, delgada extensión de sus maneras delicadas –sílfide- y me allega a su lado. Le aprieto la espalda buscando el punto de inflexión que tensa el cuerpo y la relaja, hundo mis sentidos en su cuerpo que se expresa en la húmeda textura de mi lengua y que es tal sólo en la humedad de su cuerpo. Siento cómo se levantan los cabellos de mi nuca, se electriza su propia humanidad al traspasa toda su sabiduría en ese beso, ese conocimiento que me ata a ella. Se separa un momento para comprobar si he desfallecido, y muestra una sutil mueca que es el inicio de la felicidad calida y que me lleva a la desesperación. La abrazo con fuerza, no quiero que se escape. Y se lanza la mentira piadosa de los amantes: nunca te dejare.

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