Franqueza y destreza
Intenté seguir sus pasos por la orilla de la playa. La hora no permitía más que ver la silueta alejarse, haciendo un caminar lento y pesado, cabeza gacha. Quise tener la oportunidad de saber que era lo que pensaba en aquel momento; “…pagaría una moneda de oro por tus pensamiento.”, me decía Paula cada vez que yo mismo quedaba en silencio. No lo sabría con certeza, me lo podría imaginar.
Su mano acarició mi cabeza por un instante. Yo tenia lo ojos cerrados, no era capas de enfrentarle la mirada. Podría decirle tantas cosas, alargar la mentira hasta no poder más, pero sentí que ese era el límite de la precaria situación en que se sostenía nuestra relación. Maldita vida, me decía, mientras calibraba las palabras que a continuación emitiría como confesión de todo aquello:
-Sucede que realmente nunca quise... hacerte daño- observando el cuadro de Klim que aveces había mirado con indiferencia. Pense lo placido que era ser parte de los personajes de aquella reproducción.
-¡Pero no te detengas¡ dime que mierda tienes que decirme, por favor Tomás, deja algún día los rodeos y sé un hombre –
Sentí la fuerza de su carácter, él mismo que admiraba y respetaba, él que era capas de hacer sentir al más seguro que sólo pisa sobre las nubes. Y a mí, que nunca sentí realmente estuviera sobre la firmeza, me destruía. Realmente admiraba a aquella mujer.
Solté un suspiro y me pare de la silla. Camine al ventanal del departamento. Afuera la gente pasaba sin la menor intención de mirar el interior de la escena que estaba viviendo. Una leve brisa me empujo a lanzarlo todo:
-Recuerdas el día en que me encontraste caminando en el centro, y yo me sorprendí de verte, quise decir la verdad en aquel momento...– sentí como Paula se acomodaba en su silla, esperando lo que ya a esa altura debía sentir, debía ser lo suficientemente tortuoso cómo para que me encontrara en esa posición. No quise verificar aquella segura mirada de seriedad que colocaba cada vez que le decían algo que no le gustaría escuchar, simplemente seguí buscando las palabras precisas que en lo posible aminoraran mi desgraciada culpa. Sentí su respiración:
- ...pues yo venia de ver a Marta, la chica que conocimos el verano pasado acá en el balneario. Ella simplemente me exigía, me pedía que continuásemos saliendo, encontrándonos a escondidas. Pero finalmente no di más, que yo estaba dispuesto a enfrentar esta situación, a decirlo todo.
Paso no más de un minuto, en que el silencio se hizo único en la sala. Me atreví a mirarle recién después de ese tiempo. Gire la cabeza desde la posición en que la encontraba, quería allegar a sus ojos lentamente, pidiendo el perdón que tanto necesitaba. Ella se encontraba con la cabeza agacha, con las piernas dobladas hacia sí, su codo apoyando sobre la rodilla, era una posición fetal, reflexiva del dolor que debe sentir en aquel momento. De pronto siento lo que me pareció el sonido de un gemido, o tal vez al gesto de un llanto contenido. Sonó seco y duro, salido del alma. Que sufrimiento he causado en aquella mujer delicada, me maldije, no quise agregar nada.
Un segundo sonido -gutural. O ese contenido llanto. Pero esta vez sonó cómo una risotada, pero no, en esa circunstancia nadie puede reír, me dije confundido. Finalmente comenzó a levantar la cabeza, lentamente, y cual pequeña niña que una maldad ha cometido su mirada era la de una infante que reconoce su culpa. Reía.
En un primer momento se me cruzó la idea que se abría vuelto loca, pero ya no me atreví a seguir ninguna reflexión hasta saber de que se trataba toda aquella reacción. Sentí un cierto rubor en el rostro, una comezón en la espalda que se me produce cuando me siento atacado o presionado. Me di cuenta que todo el rodeo que le di al asunto fue un dramatismo que alimenta mi propia gula, mi orgullo que tantas veces Paula me saca en cara. Me sentí tonto, realmente humillado cuando ya el sonido claro de la risa se hace incontenible, acompañado por la mirada húmeda que nutre el gesto de la carcajada, y cual payaso involuntario en medio de un escenario que yo supuse dominado por mi revelación, definitivamente la obra había perdido el sentido original y se transforma en una mueca de mi propia e intima –dolorosa- arrogancia. Era ella la que dominaba todas las acciones. La tragedia sofoclea, la tensión de todos los actos del personaje, del drama.
-¿Pero qué pasa?- pregunte finalmente esperando la respuesta sensata. Mi voz sonó a inquirir una explicación, casi exigencia. Ella se levanto bruscamente y empujo la silla que calló sobre la alfombra. Yo retrocedí con sorpresa.
-Oye huevón, me pides una explicación con ese tono, no seas maricón, tú eres el que me confiesa una aventura y te atreves a usar ese tonito- no dijo nada más y dio media vuelta, se dirigió al dormitorio. Yo quede suspendido, más cerca del ventanal que del centro del living del apartamento. Espero. No quise seguirle, quería ese momento para intentar ordenar todas las ideas.
Sentí el movimiento de objetos en el cuarto, seguramente buscaba los cigarrillos, le gusta fumar Camel. Siempre que Paula tiene que tomar decisiones importantes en la vida fuma, y solamente en esas ocasiones, por lo mismo la solemnidad se reserva para que los malditos cigarros no se encuentren con facilidad. Dice que le ayuda a lo que tenga que decir no suene tan bravo. Pero no importa pues en esos momentos necesito el aire para preparar la defensa de la próxima envestida.
No entendía como había perdido el control absoluto de la situación, en algún momento se me ocurrió que podría salir corriendo y esperar a que todo se calmara pero de alguna forma eso seria inútil, o es que soy un desgraciado con ética. Y luego la risa, por qué y no el llanto.
En eso me encontraba cuando aparece ella aspirando el cilindro. Yo continuaba parado donde me dejo cual muñeco a la espera que su dueño le mueva. Echó una mirada de reojo e hizo una mueca complaciente, ese gesto que me desagrada de ella pues la coloca en posición de ventaja, pero era demasiado tarde para moverme. Levantó la silla y la coloco en su lugar. Se movió y dijo mientras soltaba una bocanada de humo blanco:
- Marta, si Marta, linda la niña... el problema es que ella también es hermana de Raúl que fue mi amante...- desafiante mirada y estampa orgullosa, esa era mi Paula, provocando un empate técnico de nuestros pecados, equilibrando las cosas con el mismo dolor que le provoqué, pues realmente me dolió lo que decía, así sin más intermedio que su postura y el cigarro que se consumía en su boca.
-Ella me hablo- dijo a continuación –nos vio de salida de un boliche que frecuentábamos mientras tu hacías tus cosas, también el verano pasado. Me reconoció y cuando nos encontrábamos a solas me dijo que te conocía, que era cosa mía pero que cómo te hacia lo que te hacia, que las parejas se deben respetar, la muy zorra se acostaba contigo, y ahora debe estar riendo. Que desquiciado. Esta vida tiene vueltas- Lo dijo aplastando el resto del cigarro en la mesa.
Giros, si, y tiene esos finales de espesor que sólo están para concluir las tardes del verano que no alcanzamos a terminar juntos, y comenzamos a recorrer solos la playa, marcando una huella que las olas se llevan para el recuerdo.
-Sucede que realmente nunca quise... hacerte daño- observando el cuadro de Klim que aveces había mirado con indiferencia. Pense lo placido que era ser parte de los personajes de aquella reproducción.
-¡Pero no te detengas¡ dime que mierda tienes que decirme, por favor Tomás, deja algún día los rodeos y sé un hombre –
Sentí la fuerza de su carácter, él mismo que admiraba y respetaba, él que era capas de hacer sentir al más seguro que sólo pisa sobre las nubes. Y a mí, que nunca sentí realmente estuviera sobre la firmeza, me destruía. Realmente admiraba a aquella mujer.
Solté un suspiro y me pare de la silla. Camine al ventanal del departamento. Afuera la gente pasaba sin la menor intención de mirar el interior de la escena que estaba viviendo. Una leve brisa me empujo a lanzarlo todo:
-Recuerdas el día en que me encontraste caminando en el centro, y yo me sorprendí de verte, quise decir la verdad en aquel momento...– sentí como Paula se acomodaba en su silla, esperando lo que ya a esa altura debía sentir, debía ser lo suficientemente tortuoso cómo para que me encontrara en esa posición. No quise verificar aquella segura mirada de seriedad que colocaba cada vez que le decían algo que no le gustaría escuchar, simplemente seguí buscando las palabras precisas que en lo posible aminoraran mi desgraciada culpa. Sentí su respiración:
- ...pues yo venia de ver a Marta, la chica que conocimos el verano pasado acá en el balneario. Ella simplemente me exigía, me pedía que continuásemos saliendo, encontrándonos a escondidas. Pero finalmente no di más, que yo estaba dispuesto a enfrentar esta situación, a decirlo todo.
Paso no más de un minuto, en que el silencio se hizo único en la sala. Me atreví a mirarle recién después de ese tiempo. Gire la cabeza desde la posición en que la encontraba, quería allegar a sus ojos lentamente, pidiendo el perdón que tanto necesitaba. Ella se encontraba con la cabeza agacha, con las piernas dobladas hacia sí, su codo apoyando sobre la rodilla, era una posición fetal, reflexiva del dolor que debe sentir en aquel momento. De pronto siento lo que me pareció el sonido de un gemido, o tal vez al gesto de un llanto contenido. Sonó seco y duro, salido del alma. Que sufrimiento he causado en aquella mujer delicada, me maldije, no quise agregar nada.
Un segundo sonido -gutural. O ese contenido llanto. Pero esta vez sonó cómo una risotada, pero no, en esa circunstancia nadie puede reír, me dije confundido. Finalmente comenzó a levantar la cabeza, lentamente, y cual pequeña niña que una maldad ha cometido su mirada era la de una infante que reconoce su culpa. Reía.
En un primer momento se me cruzó la idea que se abría vuelto loca, pero ya no me atreví a seguir ninguna reflexión hasta saber de que se trataba toda aquella reacción. Sentí un cierto rubor en el rostro, una comezón en la espalda que se me produce cuando me siento atacado o presionado. Me di cuenta que todo el rodeo que le di al asunto fue un dramatismo que alimenta mi propia gula, mi orgullo que tantas veces Paula me saca en cara. Me sentí tonto, realmente humillado cuando ya el sonido claro de la risa se hace incontenible, acompañado por la mirada húmeda que nutre el gesto de la carcajada, y cual payaso involuntario en medio de un escenario que yo supuse dominado por mi revelación, definitivamente la obra había perdido el sentido original y se transforma en una mueca de mi propia e intima –dolorosa- arrogancia. Era ella la que dominaba todas las acciones. La tragedia sofoclea, la tensión de todos los actos del personaje, del drama.
-¿Pero qué pasa?- pregunte finalmente esperando la respuesta sensata. Mi voz sonó a inquirir una explicación, casi exigencia. Ella se levanto bruscamente y empujo la silla que calló sobre la alfombra. Yo retrocedí con sorpresa.
-Oye huevón, me pides una explicación con ese tono, no seas maricón, tú eres el que me confiesa una aventura y te atreves a usar ese tonito- no dijo nada más y dio media vuelta, se dirigió al dormitorio. Yo quede suspendido, más cerca del ventanal que del centro del living del apartamento. Espero. No quise seguirle, quería ese momento para intentar ordenar todas las ideas.
Sentí el movimiento de objetos en el cuarto, seguramente buscaba los cigarrillos, le gusta fumar Camel. Siempre que Paula tiene que tomar decisiones importantes en la vida fuma, y solamente en esas ocasiones, por lo mismo la solemnidad se reserva para que los malditos cigarros no se encuentren con facilidad. Dice que le ayuda a lo que tenga que decir no suene tan bravo. Pero no importa pues en esos momentos necesito el aire para preparar la defensa de la próxima envestida.
No entendía como había perdido el control absoluto de la situación, en algún momento se me ocurrió que podría salir corriendo y esperar a que todo se calmara pero de alguna forma eso seria inútil, o es que soy un desgraciado con ética. Y luego la risa, por qué y no el llanto.
En eso me encontraba cuando aparece ella aspirando el cilindro. Yo continuaba parado donde me dejo cual muñeco a la espera que su dueño le mueva. Echó una mirada de reojo e hizo una mueca complaciente, ese gesto que me desagrada de ella pues la coloca en posición de ventaja, pero era demasiado tarde para moverme. Levantó la silla y la coloco en su lugar. Se movió y dijo mientras soltaba una bocanada de humo blanco:
- Marta, si Marta, linda la niña... el problema es que ella también es hermana de Raúl que fue mi amante...- desafiante mirada y estampa orgullosa, esa era mi Paula, provocando un empate técnico de nuestros pecados, equilibrando las cosas con el mismo dolor que le provoqué, pues realmente me dolió lo que decía, así sin más intermedio que su postura y el cigarro que se consumía en su boca.
-Ella me hablo- dijo a continuación –nos vio de salida de un boliche que frecuentábamos mientras tu hacías tus cosas, también el verano pasado. Me reconoció y cuando nos encontrábamos a solas me dijo que te conocía, que era cosa mía pero que cómo te hacia lo que te hacia, que las parejas se deben respetar, la muy zorra se acostaba contigo, y ahora debe estar riendo. Que desquiciado. Esta vida tiene vueltas- Lo dijo aplastando el resto del cigarro en la mesa.
Giros, si, y tiene esos finales de espesor que sólo están para concluir las tardes del verano que no alcanzamos a terminar juntos, y comenzamos a recorrer solos la playa, marcando una huella que las olas se llevan para el recuerdo.
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