Cometarios desde la calle combatida
Hace un rato llegué del centro. Camine por la Alameda, húmeda y algo desolada, considerando que es día de semana. Quise cerciorarme del ambiente que informan los medios, ese titular de La Segunda –el reaccionario pasquín vespertino de los Edwards- que dice “Batalla Campal en la Alameda”. Hago notar que en el cuadro de información económica se mencionan los malos indicadores de la jornada. Tiene un tufillo de manipulación –que mal pensado soy.
Al llegar al frontis de la U. Católica se comienza a sentir el peso de las luchas. Se ve evocador todo ese escenario que en los sesenta regalo para la posteridad “El Mercurio Miente” –si no uno de los hitos más importantes de esa época de reforma y revolución. Esta vez son los afiches contra la LOCE.
Desde la vereda norte se ve el movimiento de estudiantes que discuten –tal vez sea ese dialogo tan esperanzador para fortalecer la democracia. Lo sé por que está esa movilidad que acompaña los gestos faciales y que expresan intensidad de procesos neurológicos, sinapsis millonarias que ordenan ideas –los argumentos que admiraron los sofistas griegos, y que es la misma gesticulación que se desprende de mis propias conversaciones.
Al llegar al Cerro Santa Lucia se nota el peso de otras luchas, de esas que son legitimas en contextos determinados –que fregado intentar explicarlo- y que han posibilitado el avanzar el tranco, el iniciar o profundizar procesos, la adopción de niveles de compromisos con objetivos que se imponen las comunidades. Yo ejercí posiciones de violencia de joven. Participe de tomas, protestas, barricadas y un par de cosas más, y lo válido cómo un esfuerzo indispensable para alcanzar objetivos que a nivel colectivo se habían entendido como necesarios para una vida mejor. Posteriormente palié en la calle, lo he contado ya, por la derogación de la LOCE. Y me he enfrentado en muchas otras oportunidades a la represión malsana de los pacos cuando han actuado de manera arbitraria contra legítimas manifestaciones del sentir de algún sector de la sociedad.
Por todo lo anterior, y en particular lo que sucedió el martes pasado –represión desmedida y sin control contra todo lo que se mueve- es que mis ojos y sentidos intentan situar este fenómeno en una justa y, lo sé cómo imposible del todo, nunca logrado equilibrio.
Al cruzar Santa Rosa ya el aire indica lo descontrolado que se percibe el panorama. Fuerzas Especiales hay en cada esquina desde la Plaza Vicuña Mackenna. Al llegar a Estado los carros brindados cubren la visibilidad desde mi vereda. Cruzo frente a Serrano. En frontis de la U. de Chile es un espacio más caótico que el de la Católica. Aquí se concentra una mezcla de gente que observa y periodistas que “cobren”. Aquí la primera impresión: una alta tasa de eso que Hobsbawm y los marxistas clásicos llaman “bajo pueblo” o “lumpen proletario”, o una antropología social llamaría “desplazados”. ¿Y cómo se sabe?. Uf. Instinto.
Son muchachos, de promedio doce o trece años, que enfrentan esta posibilidad de darle al sistema –ya entro en las reflexiones sin fundamento- que encuentran el espacio para descargar y realizar una cantidad de acciones de bandoleje sin sentido en el contexto del llamado de los dirigentes secundarios. No tiene mayor interes en la convocatoria cómo espacio de “reflexión”, más les interesa poder “salvarse” si se les da la oportunidad de realizar un saqueo.
Segunda impresión: Los estudiantes que se encuentran en la masa de desordenados son los menos. Me refiero a jóvenes que se impulsen por la motivación de luchar contra un sistema excluyente y discriminador. Se suma a un numero indeterminado de sujetos de colectivos indefinidos en los márgenes externos del sistema de organizaciones de izquierda –nuevamente flexiones sin fundamento, más que la propia percepción empírica y la relación con alguna integrante de estos grupos.
En definitiva, una jornada cargada de elementos distintos para formar una gran eclosión contradictoria y violenta.
Al llegar al frontis de la U. Católica se comienza a sentir el peso de las luchas. Se ve evocador todo ese escenario que en los sesenta regalo para la posteridad “El Mercurio Miente” –si no uno de los hitos más importantes de esa época de reforma y revolución. Esta vez son los afiches contra la LOCE.
Desde la vereda norte se ve el movimiento de estudiantes que discuten –tal vez sea ese dialogo tan esperanzador para fortalecer la democracia. Lo sé por que está esa movilidad que acompaña los gestos faciales y que expresan intensidad de procesos neurológicos, sinapsis millonarias que ordenan ideas –los argumentos que admiraron los sofistas griegos, y que es la misma gesticulación que se desprende de mis propias conversaciones.
Al llegar al Cerro Santa Lucia se nota el peso de otras luchas, de esas que son legitimas en contextos determinados –que fregado intentar explicarlo- y que han posibilitado el avanzar el tranco, el iniciar o profundizar procesos, la adopción de niveles de compromisos con objetivos que se imponen las comunidades. Yo ejercí posiciones de violencia de joven. Participe de tomas, protestas, barricadas y un par de cosas más, y lo válido cómo un esfuerzo indispensable para alcanzar objetivos que a nivel colectivo se habían entendido como necesarios para una vida mejor. Posteriormente palié en la calle, lo he contado ya, por la derogación de la LOCE. Y me he enfrentado en muchas otras oportunidades a la represión malsana de los pacos cuando han actuado de manera arbitraria contra legítimas manifestaciones del sentir de algún sector de la sociedad.
Por todo lo anterior, y en particular lo que sucedió el martes pasado –represión desmedida y sin control contra todo lo que se mueve- es que mis ojos y sentidos intentan situar este fenómeno en una justa y, lo sé cómo imposible del todo, nunca logrado equilibrio.
Al cruzar Santa Rosa ya el aire indica lo descontrolado que se percibe el panorama. Fuerzas Especiales hay en cada esquina desde la Plaza Vicuña Mackenna. Al llegar a Estado los carros brindados cubren la visibilidad desde mi vereda. Cruzo frente a Serrano. En frontis de la U. de Chile es un espacio más caótico que el de la Católica. Aquí se concentra una mezcla de gente que observa y periodistas que “cobren”. Aquí la primera impresión: una alta tasa de eso que Hobsbawm y los marxistas clásicos llaman “bajo pueblo” o “lumpen proletario”, o una antropología social llamaría “desplazados”. ¿Y cómo se sabe?. Uf. Instinto.
Son muchachos, de promedio doce o trece años, que enfrentan esta posibilidad de darle al sistema –ya entro en las reflexiones sin fundamento- que encuentran el espacio para descargar y realizar una cantidad de acciones de bandoleje sin sentido en el contexto del llamado de los dirigentes secundarios. No tiene mayor interes en la convocatoria cómo espacio de “reflexión”, más les interesa poder “salvarse” si se les da la oportunidad de realizar un saqueo.
Segunda impresión: Los estudiantes que se encuentran en la masa de desordenados son los menos. Me refiero a jóvenes que se impulsen por la motivación de luchar contra un sistema excluyente y discriminador. Se suma a un numero indeterminado de sujetos de colectivos indefinidos en los márgenes externos del sistema de organizaciones de izquierda –nuevamente flexiones sin fundamento, más que la propia percepción empírica y la relación con alguna integrante de estos grupos.
En definitiva, una jornada cargada de elementos distintos para formar una gran eclosión contradictoria y violenta.
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