Linterna (tres)

Sentí el ardor, sus dedos se posaron suaves para limpiar una pelusa en la herida. Pienso que solo intenta consolar, que su esfuerzo es más de lo que otra mujer podría dar en momentos como este, en que me encuentro inerte, indefenso, sin posibilidades de soportar preguntas o comentarios sin sentido, y que a una mujer cualquiera los haría no por que le preocupo, sino por su propia vanidad, la de saber todo lo que sucede con su “propiedad”.
En cambio la Milena actúa por instinto, por un acto impersonal –en un primer momento-, pero que luego se transforma en ternura, en sabia actitud consoladora y preocupación honesta sin hacer preguntas ni comentar más que lo justo y necesario: “mierda cabro, ¿que te paso?…”. Eso, nada más, ni siquiera hablar de tarifas o arreglo de alguna naturaleza, ella sabe que en mi puede confiar.
“Fue una diferencia de opinión con un hueon…”
“Y manejaba un camión y lo paso encima tuyo…” me dijo haciendo una mueca tierna, que me hizo soltar un alarido, mezcla a medio camino de dolor y satisfacción de poder encontrar amable su ironía.
Le conté que me encontraba en el pool, que una pareja que se jugaba el alma a unas mesas de donde yo tocaba, comenzaron a discutir, que el tipo agarro el taco y se lo quería plantar en la cabeza de la mujer, y yo que no he soportado nunca esas amenazas –no permitiría que llegara a más- y como los otros se instalaron a observar, y el gordo regente tomo el teléfono para llamar a los pacos o quizá a quien mierda. Le dije que la dejara: “…y vos concha de tu madre, quien mierda eri…”. Le conté que el hombre no era más alto ni fornido que yo, nada por el estilo, que yo conozco mis límites, y lejos a la vista el sujeto tenía la estatura suficiente para ser reducido en un par de movimientos. Pero resulta que era mucho más rápido, más fuerte, manejaba golpes de artes marciales y lo principal, la mujer parece que le gustaba que la escarmentaran en público. Mientras me preocupaba de darle al hombre la perra me dio un golpe entre la nuca y la espalda, caí y entre los dos me dieron una salsa de patadas en la cabeza y en la espada, yo intentado cubrir el frente. Finalmente me metí debajo de una mesa.
Los dos se fueron cagados de la risa y al pasar por delante del gordo le dijeron que me cobrara a mí el sobre tiempo de la mesa. Me levanté y me moje la cara. Al salir el gordo me dijo que no le debía nada. Me dieron ganas de darle un puñetazo.
Al caminar por la calle bacía más añore tu perfume, le dije antes de acurrucarme y quedarme dormidos en los brazos de Milena.

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