Portapapeles. cuatro.

Escribo entre horas, la de comer y conversar. La de comer es en general con alguna compañía, que puede ser un miembro de la familia filiación o un integrantes de los círculos que me presionan para liberar tanta patanería y patético relato de trasnoche. Invento mitos de mi existencia, de la historia que me toca convertir, de los hitos amojonados que marcan el pequeño relato, insulso y decadente. Y por acá es que me parece ver una musa, que espanto.
La hora de conversar es mientras mastico una pelusa del ombligo cicatriz de la cesaría, que dolor es el parir –me dicen- y yo digo: más dolor es vivir sin placer. Entiéndame, hablo de los binomios vida-muerte; dolor-placer, que determinan la consecución de la evolución humana. Jean-Didier Vincent me habla al oído y me masculla un secreto demencial: “El hombre habla y su palabra le señala al Otro su dolor y su placer”.
Y en este punto me convierto en Poder. Me duele la cabeza, y tengo el pene agitado
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