Fantasmas (dos)
Todo terminó como no debía, o tal vez es así como finalizan ciertas jornadas y las hace únicas entre todas. Es que cuando la mujer lanzo su llamado desesperado para que le devolvieran al menos los documentos de sus hijos -¿habrá sido por efecto del alcohol el estar parada en medio de la pista, cuando las luces indican que todos deben buscar sus pertenencias y salir- y su llanto que imploraba y todos mirando, algunos sin escuchar, otros intentando comprender de qué se trataba todo aquello.
Fue una noches más en que la gente pierde algo. Unos la vergüenza e imploran que el deseo les permita declararles sus pensamientos a la o él rumbero. Otros pierden la cordura y se lanzan a la caza de una madrugada de placer. Los demás pierden el tiempo buscando respuestas que nunca llegaran, pues sus preguntas están mal formuladas y por tanto la búsqueda mal enfocada. En fin, quien sabe, las jornadas lluviosas traen la necesidad de calor.
Y unos muchachos intentan atrapar parte de la magia de este rincón -filman un documental- con el ser mas tradicional, un estandarte para algunos, el viejo Checho –el mesero por más de trece años- que con su pata de cueca –esa tradición única de Maestra- e impresiona por lo genuinamente “guachaca”, esa manera de corretear a la compañera, y la cumbia respectiva y zalamera, la de los setenta, que es el canto a la traición alegre, o al amor imposible o la simple felicidad de ser.
Este es el lugar donde los paisanos entran entonados, toman toda la jornada y salen derechitos. Eso es magia que cobra tarde o temprano un alto precio al cuerpo y al alma.
(dedicado a Ella, la más bella…)
Fue una noches más en que la gente pierde algo. Unos la vergüenza e imploran que el deseo les permita declararles sus pensamientos a la o él rumbero. Otros pierden la cordura y se lanzan a la caza de una madrugada de placer. Los demás pierden el tiempo buscando respuestas que nunca llegaran, pues sus preguntas están mal formuladas y por tanto la búsqueda mal enfocada. En fin, quien sabe, las jornadas lluviosas traen la necesidad de calor.
Y unos muchachos intentan atrapar parte de la magia de este rincón -filman un documental- con el ser mas tradicional, un estandarte para algunos, el viejo Checho –el mesero por más de trece años- que con su pata de cueca –esa tradición única de Maestra- e impresiona por lo genuinamente “guachaca”, esa manera de corretear a la compañera, y la cumbia respectiva y zalamera, la de los setenta, que es el canto a la traición alegre, o al amor imposible o la simple felicidad de ser.
Este es el lugar donde los paisanos entran entonados, toman toda la jornada y salen derechitos. Eso es magia que cobra tarde o temprano un alto precio al cuerpo y al alma.
(dedicado a Ella, la más bella…)
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