El padre de la fiesta...

Es sábado. Es tarde, son casi las ocho. Llueve como lo hacen los días tristes de otoño –los hay también radiantes- con las calles empapadas y brillantes de luces de vehículos y ampolletas de metal. Estoy en la casa de Julieta –“de los espíritus” emulando en algo a la de Felini- celebrando su cumpleaños (remito al segundo articulo de este blog).
La hija de mi amiga, la Almendra, es mi ahijada. Cada año me saludan en esta fecha. Se supone que mañana es el día del padre y la oportunidad para manifestar cariño por el rol extraño y controvertido del padre. Debo aclarar que mi padre murió hace unos dieciocho años, y me dejo un recuerdo amargo, no solo ingrato, doloroso...
Mi hija, la Gabriela, me tiene preparado algo para mañana. De hecho la visito generalmente los sábados, pero evidentemente insistió que el encuentro se realice el domingo. Ser padre es un tremendo y permanente desafió y no solo lo digo por la responsabilidad de ser respetuoso y no marcar su futuro de una manera que pueda significar un lastre para ella. Es que además uno vive el sentir que el crecimiento físico y emocional también me arrastra.
Segunda confesión. El ser separado de la Tania, la madre, me da una comodidad que reconozco pero no puedo evitar. Esto es que no estoy en el cotidiano sentir de este camino, me llega parte de las dificultades de las incomprensiones y los frenazos en seco que es mezcla de autoridad y la visión de la madre por hacer lo correcto. Yo no tengo nada que decir. La acompaño, en todo el tiempo que me permite las actividades que realizo. La escucho y le hablo. La quiero... quien sabe, mañana no es solo el día que vendrá, es la vida que es suma de las palabras y los gestos de hoy...
La Almendra me regalo un auto de colección –es un Jaguar- que ya tiene ubicación sobre mi biblioteca, acompañando tanto libro que no tienen como divertirse..

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