El ocaso del tirano.

Noventa años. Es una gran cifra para la vida, en la que cualquier ser humano podría sentir satisfacción y los que le rodean orgullo. En otras culturas, la ancianidad es venerada como el cenit, la culminación del camino vivido, del logro y la hazaña de empujar la vida con el respeto que se merece por parte de la comunidad.
Pero existen excepciones. Son verdaderos esperpentos, que por su fealdad resulta difícil de concebir como parte de la especie humana, y que le da sentido a la máxima de la oscuridad de algunos sujetos retocitos, que solo en el evento de la existencia una fuerza superior, misterio, se podría entender como parte del secreto de la compensación de los males causados al mundo. No es necesario siquiera pronunciar la identidad del personaje al cual me refiero, es de todos conocido su currículo de muerte y latrocinio, del veneno y la cizaña con la que dicto su voluntad por largos 16 años de la historia de nuestro país.
En estos días se suceden los procesamientos del anciano tirano, que por una sumatoria de acontecimiento, y algo de la voluntad de un puñado de personajes, a logrado en algo calmar el alma desesperanzada de millones de chilenos que soñamos un día ver al criminal en cuestión reducido a la expresión de bastardo sumido en la mierda de su corazón.
Viva por ese deseo que tiene esperanzas, aun hoy, de poder ser celebrado.
Y a prepararse para el día final de sus días que el carnaval esta en ciernes.

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