¿dolor ajeno?
La chica se sentó a mi lado. El cigarrillo ya estaba en su boca cuando le mire a la cara. Supuse que era una de tantas que se refresca del calor artificial de los cuerpos que se mueven -jadeantes y exorbitando pasiones- en las sombras de la caverna.
Los ojos son lo primordial en ciertas mujeres, el resto es solo artificio. En su caso eran de la trivialidad más infame, de esa que hace que el propio artificio del resto del cuerpo sea un monumento a la sabiduría. Y yo que jamás debo involucrar la memoria de acontecimientos que he registrado, sin pausa pero en silencio, en estos cinco años de labor y que además intento guardar distancia de las combinaciones ocasionales que se forman en el templo del desprecio por el compromiso.
Pero me dio una pena negra que me preguntara. No pude evitar la cara de hastío por la pregunta y más por mi respuesta que no podía ocultar. Me dio ganas de decirle lo ingenua –he utilizado un adjetivo candido- que es preguntar por uno de esos “personajes” del lugar, que se llevan a una presa por jornada –y que son capaces de trabajarles algunas noches- y luego ni mirarles cuando se reencuentran.
Será que no podemos con nuestro propio dolor, ese que todos llevamos dentro, ese que nos deforma y nos acicala hasta ubicarnos en un ruedo de mascaras para enfrentar el escenario.
Cuanto dolor ajeno me ha tocado contener, de ese que se vierte entre copas, que se trasmite en la mirada esa que es la importante, incluso que se transforma en amor sincero por un momento –contenido, suspendido, respiración de minutos que son eternos abrazos de consuelo. No importa le dije, sabes que él puede que se trasmute, sea el que buscas de una ves por todas. Me miro, mentiroso, truhán de falsas esperanzas, que pierdes el tiempo sobornando a otros con tus dulces y no eres capas de sosegar tu propia alma.
La chica se fumo su cigarro y entro a continuar su espera...
Los ojos son lo primordial en ciertas mujeres, el resto es solo artificio. En su caso eran de la trivialidad más infame, de esa que hace que el propio artificio del resto del cuerpo sea un monumento a la sabiduría. Y yo que jamás debo involucrar la memoria de acontecimientos que he registrado, sin pausa pero en silencio, en estos cinco años de labor y que además intento guardar distancia de las combinaciones ocasionales que se forman en el templo del desprecio por el compromiso.
Pero me dio una pena negra que me preguntara. No pude evitar la cara de hastío por la pregunta y más por mi respuesta que no podía ocultar. Me dio ganas de decirle lo ingenua –he utilizado un adjetivo candido- que es preguntar por uno de esos “personajes” del lugar, que se llevan a una presa por jornada –y que son capaces de trabajarles algunas noches- y luego ni mirarles cuando se reencuentran.
Será que no podemos con nuestro propio dolor, ese que todos llevamos dentro, ese que nos deforma y nos acicala hasta ubicarnos en un ruedo de mascaras para enfrentar el escenario.
Cuanto dolor ajeno me ha tocado contener, de ese que se vierte entre copas, que se trasmite en la mirada esa que es la importante, incluso que se transforma en amor sincero por un momento –contenido, suspendido, respiración de minutos que son eternos abrazos de consuelo. No importa le dije, sabes que él puede que se trasmute, sea el que buscas de una ves por todas. Me miro, mentiroso, truhán de falsas esperanzas, que pierdes el tiempo sobornando a otros con tus dulces y no eres capas de sosegar tu propia alma.
La chica se fumo su cigarro y entro a continuar su espera...
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