Microcuento: invitada.

Enfrentado a la disyuntiva de colocar su nombre en el membrete de invitación. Siempre resultaba complicado resolver, si acaso el tiempo develaría el sentido de ese gesto, una manifestación de humanidad o civilización, cosa tan bien recibida entre los amigos a quienes visitan a la celebración de su cumpleaños, un gesto de altura entre personas “evolucionadas” –lo dicen como un coro de cotorras que no tienen ni idea de lo que significa para él esa decisión.
No importa, si tal vez para ese día ella aun se encuentre fuera del país” le grita desde el baño. Ella siempre es capas de ver detrás de las paredes, detrás de sus ojos, detrás de sus dilemas. Me quedo en silencio, intentando sospechar el significado: tengo dos opciones; le envío la invitación para que se pierda, o no la envío sabiendo que ella no vendrá. “Por supuesto que se la envías, para que no sienta que tu la has dejado de considerar”. Respuesta que nuevamente sale desde la sala contigua.
Y pienso en el lejano tiempo en que la invitada era ella, la mujer de las respuestas, la hermana de mi pareja, mi ex-cuñada.

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