La Dama de Honor.

Podría ser que las miradas se vuelcan, se distorsiona en algún codo del camino y no nos damos ni cuenta. La mirada, siempre la mirada.
Chabrol nos encarga la tarea de desprender del relato las claves –si es que las hubiere- de la naturaleza humana. Recalco lo de las claves, pues cabe la posibilidad que todo sea solo un ejercicio pretencioso del que hace y el que observa, de reflexión donde solo hay actos que se desenvuelven por arte de la magia vida.
Me pienso. Y no, hay algo que es más que magia, son nuestros actos que están inquietantemente nutridos de la individualidad –Sujeto, invento de la modernidad- y que hacen que el camino sea tortuoso, como si la desdicha es consustancial a nuestra condición.
El relato están marcados por dos tiempos, que a la vez son velocidades que las unen la sorpresa de descubrir que muchas cosas son mentiras –que novedosa revelación- y que se develan con dolor, contenida por la excitación que provoca Senta –una bella e intensa Laura Smet- en Philippe –el actor Benoît Magimel, el mismo de La Profesora de Piano- que representa a un joven vendedor que tiene una fijación de “hombre de la casa” para con su familia, madre viuda y dos hermanas menores. En este punto existe un fuerte deber ser de parte del personaje, que es capas de resentir la actitud de un hombre que corteja a la madre, o la indiferencia que presta al marido de su recién casada hermana.
Chabrol inicia su relato describiendo un hecho sin “trascendencia” –la misma atención que uno le puede colocar a un accidente algo espectacular, pero que para la gran mayoría es el espectáculo del noticiero. Luego la descripción de los roles de cada personaje de la familia, su interacción, las relaciones de dependencia y conflictos que se develan.
Es en el matrimonio, transito social, donde se rompe una aparente tranquilidad de las relaciones –esa maravilla de mostrar vidas simples en la compleja red de intenciones que tiene para la subjetividad de cada actor.
Senta seduce. Lo digo en dos sentidos. Primero, claro esta, a Philippe, pero a la vez encanta al espectador. Tiene una belleza exótica, de esa que se explica por la mezcla de texturas que se encuentran en países como Francia.
Existe una velada crítica a la burguesía decadente. La casa que habita tiene los corredores de señorío, roída por la humedad, el abandono detrás de la cual se esconden esos secretos, la muerte incluso, que inundan los muros del lugar.
Una gran película.

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