Un recuerdo.

Hace un año que no encuentra otra oportunidad de decir que le quiere. Es en cada cumpleaños, más o menos, y recuerda de inmediato ese cuento que leyó hace algún tiempo, de Maupassant “Arrepentimiento”. Se ve así mismo como el sr. Saval, cumpliendo sesenta y dos, solo, le remueve la desesperación. Y no es que sea un advenedizo de la introspección, o una especie de monje de las ciudades modernas que abundan en el abandono, es solo que no puede decir que la quiere, que es la mujer que inunda su anhelo. Es la secreta obsesión, que es como la única persona que sabe, su amiga Franca, que le dice. Y que por lo mismo tal vez debería ir al psicólogo. Que clase amiga puede recomendar uno de esos personajes, es como si te aconsejara un abogado para resolver una discusión. Jamás.
En todo caso esta listo para la celebración. Se ha encargado de que su hermana y su cuñado le ayuden a preparar los detalles. El departamento es pequeño, pero no son muchos los invitados. Cera algo intimo, sin mucho despliegue.
Piensa el momento mas indicado, crear el ambiento propicio. Le llamara al dormitorio para mostrarle el nuevo cuadro que a comprado en un remate, le tomara de la cintura, le abrazara y le hablara de la felicidad de cumplir treinta y cinco en compañía con los amigos. En ese momento le rememorará de algún recuerdo agradable, de sus tiempos de la facultad. Luego llevara el tema a la mutua soledad, de la opción u omisión de compañía que ambos tomaron. Ese momento será. Sonríe de nervio al pensar cual será su cara, su rostro suave y marcado, redondo como muñeca oriental.
Paso mala noche. Tuvo un par de pesadillas. Siente el sabor del arrepentimiento. Cumple sesenta y dos años, la edad del sr. Saval…

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