Locos varios...

La ciudad duerme. Cruzo el Mapocho, nuestra cicatriz o cesárea lacerante, por el puente Pío Nono. Unos metros antes una cuadrilla de hombres trabaja –son algo más de las tres de la mañana- en la marcación de señaletica en la calzada. El domingo es único para recorrer este rincón de la urbe.
Pienso en los sufrimientos que tendrán que pasar gran parte de los habitantes que se movilizan en micro, que lo mas probable es que con la implementación del nuevo sistema de trasporte, Transantiago, signifique demoras, molestias y cansancio. Si, soy escéptico.
Esta noche fue lenta en la Maestra. De hecho fue noche de locos –dementes también se les llama en Derecho Penal- que me acompañan como el desvelo del cuerpo de la ciudad. Los tres son conocidos. Uno es un muchacho –serán veinticinco años- que me saluda y me cuenta que vende unas sillas, ocho. Me pregunta si le darán cien mil pesos, que es para financiar una guerra contra los musulmanes que quieren destruir el mundo. Es el mismo tipo que hace un mes lo saque del local cuando ya estábamos sin público y de enejo me reclamo como hijo de Cheyre, y sobrino de no se que ministro. Muy rallado no.
El otro es un caso más lamentable. Es un borracho que anda descalzo. El me da la idea que esta así por efecto del consumo de quizás que sustancia. Desvaría frases incompresibles, con la mirada pérdida se corre de los perros que le ladran.
El tercer loco es el patético. De pronto se detiene una de esas camionetas lujosas –como no soy muy dado a las tuercas no sabría ni describirla ni mencionar característica- y se asoma por entre los vidrios polarizados una figura reconocible. Es el negro Piñera.
Me llama para preguntar sobre el valor de la entrada. Me saluda presentándose cual candidato. Me desagrada el hombre. Le acompañan otros que ríen, son una corte de mutantes que da la impresión de celebrar cada gesto del tipo. Me dice que el va a animar la fiesta. Me pregunta por las minitas, por el ambiente. Esta en eso cuando por la otra ventana se acerca el segundo loco, el evadido. Las risas rápidamente se pasan a una nerviosa mueca. El negro no claudica y le pregunta con su mejor sonrisa de candidato –me imagino es parte de la practica cuando su hermano llega a la Moneda y el sea designado el nuevo Ministerio del Carrete. Me mira el Negro cuando entiende que el que esta al otro lado de su camioneta no es adherente, es como si estuviera mirando su propio reflejo, perdido y dominado por los quimicos. Abra querido que lo sacara de su camino, que yo hiciera de guardaespaldas o algo por el estilo, yo simplemente le digo que es un vecino del Barrio y que el le pide un pitillo. Doy media vuelta y siento como sube los vidrios para acelerar en dirección al poniente. Nunca regreso. Al loquito le di un cigarro de agradecimiento.

Comentarios

Entradas populares