Cariño eterno.


Que ella me reclame que no le tomo atención –o algo parecido- y que somos tan distinto cuando lo bello es justamente la diferencia, es en esta que se encuentra la fortaleza de la vida. Yo le miro. Me da riza su posición. Es como una niña tierna, me llena de calor su actitud, su manera de mirar desde el prolongado dolor que la fractura, que la inmoviliza.
Siempre creí que era metal, y es madera, de ese que se marca –estoy seguro que en algún rincón de las palabras que le escrito esta imagen ya se la e trasmitido- con ese fuego que deja dibujos aleatorios que son permanentes. Yo le quiero profundamente –en otras circunstancias le gritaría mi amor más sincero- pero las cosas están para que las tape con la angustia del que espera que todo termine en el pasillo de la memoria, en el frío aliento de la mañana.
No quiero que sienta dolor, que al abrazarle se acomode y duerma, descanse al fin, pero no se puede.
¿Qué hacer?. Esperar. Simplemente esperar que su vida se termine, que mi vida llegue a su vida.
La quiero tanto.

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