Eduardo y su soledad...

Sonara tonto pero me emociono el lamento del tipo. Parado en el umbral de la entrada –en que otro lugar sino en ese- mirando hipnotizado: “sabes que lo que mas recuerdo de ella es esto…” yo le observo con la cara de importarme un bledo –ese mismo gesto que coloco de tanto escuchar las mismas barbaridades en estos años, y que finalmente impiden distinguir la profundidad de la formalidad de las palabras. Sin querer interesarse en mis propias malsanas inconsistencias agrego: “más que el sexo, más que sus maneras, es esto lo que hecho de menos, el baile…” se giró hacia mi y sus ojos están llenos de un dolor profundo y confuso.
Era un hombre de unos cincuenta años, de barba entrecana, su acento era de un mexicano que a vivido mucho tiempo en Centroamérica. Se presento como Eduardo. Me cuenta que se a divorciado no hace mucho tiempo de una cubana, y que viene a este lugar a ver bailar. Confiesa que el nunca logro la gracia de su mujer, pero que le basta con eso, que el baile era de ella, que el simplemente quiere terminar pronto ese dolor, borracho de no estar con aquella mujer.
Y es que este lugar es donde se encuentra parte de la salvación, pero también es fácil encontrar la perdición.
Miro y veo tanta contradicción en esta caja de vidas. Me miro mirando –observador de segundo orden- como me sorprendo de la fragilidad de los que transitan por este mundo, casi reflejo de los que transitan por un espacio si es que algo mayor que este –el mundo donde contengo todos los secretos- y que se despliega cada noche, cinco veces a la semana, cincuenta y dos semanas al año, por cinco años… hasta cuando.
Testaruda y triste condición. Cuantas mañanas despertando con calor sin destino…

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