Dos tragos y un baile...

Suplicaba que la hora se terminara, que la noche se fuera de una vez por todas con todo ese sabor a rabia que entregan jornadas marchitas como esta. Me tome dos wiskys secos y al seco, sentí como me enjuagaban la garganta y se adentraban en las profundidades de la carne viva, hasta ser devorados por el alma. Fue cuestión de minutos cuando sentí la presencia de la felicidad falsa, de esa que se deja sentir cuando se pica el corazón de tanta soledad. Y el frío, bueno el frío se despejo, a pesar de las señales que entrega le vapor de la boca, la helada madrugada se transformaba en un envoltorio de dispersión.
La mujer de la blusa carmesí me sonríe, me mira, me espanta. Yo le sigo, le digo, le canto. Y de tanto transpirar me muestra sus dientes de leche, la orilla de ceno y un bretel encaramado en su cadera. Me roza el oído con un secreto: “te descubro muchacho, eres del signo de las arañas, de ese que se encuentra entre venus y saturno”. Le contesto que no lo se por que nunca me e mirado las manos, que solo tomo agua de la boca de mujeres ingenuas para no deshidratarme, que me alimento en los vientres tibios para no morir de hambre, que en las mañanas mastico las mentiras para soportar tanta soledad, inventando mas cuentos para niñas huérfanas.
Se ríe. Yo le sigo. Ya el alcohol a ganado una audacia que en otros momento solo muestro con paciencia. Le abrazo en un rincón oscuro de la calle. Ella coloca toda su pelvis en mi pierna –noto que es mucho mas baja de los que supuse, o es que se mueve con la soltura de los reptiles- y juntamos los cuerpos como si fuera un experimento de fusión de la carne, una especie de esfuerzo por convertir dos en uno…
Esta mañana no siento soledad, siento el calor de un cuerpo despojado de singularidad que se cobija en mi calor como si fuera el único ser en el mundo capas de contener su humanidad. Y sabe, se siente bien…

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