Amantes. cinco (noche de burdel).

Segovia, su nombre suena a regente de burdel –que identificación más precisa. Y más cuando se levanta del sillón de la salita de estar que está después de la entrada de la casa rojiza de la calle sin salida –no es figurativo lo que digo. Me mira directo a los ojos y exclama con una voz gastada de tanto tomar quien sabe que brebaje en los años que se le presentan en la piel gastada “ud. dirá pues jovenya ha visto nuestra selección de damas. Tiene que elegir…”. Y pienso en la manera de decidir, cual de las mujeres desalmada –con más alma que muchos de los que rondan las oscuras esquinas de la ciudad- provocadoras de fantasías. La de pelo largo, trigueña, la que tiene piernas largas… “Muy buena elección” me dice “…se llama Amapola”. Tiene nombre de noche sin tregua, pienso.
Llama a un hombre pequeño y le murmura su nombre al oído. Al instante aparece la mujer. Es bella y tiene una intensa mirada. Me sonríe y toma mi mano cual institutriz que coge a su alumno para ser llevado a la lección de algebra, o anatomía –mejor aun.
He regresado un par de veces a la casa rojiza –le han repasado su fallada y se ve más clara- a ver a mi amante laboral, la que acompaña unas horas de sexo sin compromiso. Un par de veces sólo nos hemos acompañado, nos abrazamos desnudos y dormimos contando historias de lugares remotos que quisiéramos visitar en esta u otra vida. Intentamos tratarnos con delicadeza, sin decir ninguna cosa que pudiera hacer notar la circunstancia de nuestros encuentros. Es un juego que dura unas horas, que va marcado algo en mi humanidad. Y ella me dice que espera mis visitas.

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