Box en verano

Se dan de forma muy poco frecuente, pero cuando se producen no se tiene proporción. Hace ya exactamente un año –la segunda semana de enero del 2005- termine en la 9º Comisaría de Independencia, detenido con un desequilibrado que intento entrar por que ya había protagonizado unos incidentes unas semanas antes.
Ahora fue con unos tipos que al salir tuvieron un altercado con mi colega de la caja.
La jornada ya estaba caldeada, la gente llego en masa para capear la ausencia de actividad rumbera en vísperas de la segunda vuelta electoral. La mezcla de calor de la temporada, humedad al interior del local y dosis de trago que es proporcional a las horas de ley seca, hacen que algunos se pasen de revoluciones, y esa noche me toco desplegar muchas energías en controlar esas fuerzas.
Debo confesar que estaba bastante cargado, que ya me había mamado un robo de una cartera por unos tipos –finalmente los identifique- que luego de sacar del local las cosas –no me di cuenta hasta después que me alertaron de la perdida- intentaron regresar, ya sin la cartera –obvio- y les impedí el paso. Los muy descarados se sintieron ofendidos, que era una acusación infundada, que ellos solo están divirtiéndose, etc. En eso me llaman por una mujer que estaba recordando el apellido “Guajardo” en el baño, y que sus amigos tendrían que llevársela, nuevamente la explicación y discusión. Es en esa salida que me encuentro con dos sujetos y yo con mi mejor actitud de hastío les pido que se retiren, que la fiesta se termino. Uno era delgado y más bien bajo, de lentes. El otro era algo más fornido, de contextura gruesa pero no más alto que yo, también de lentes. Al ir saliendo el pequeño me tira el sombrero –de esos de verano que uso para protegerme del sol en el día y en la noche como adminículo de identidad- me lo tira hacia atrás y hace un amago de correr que es detenido por mis insultos del más grueso sentido que pude encontrar. El otro me desafía parado al lado del chico como perro guardián. Yo miro a los pacos que nunca se meten cuando deben intervenir –esto lo digo con el conocimiento de cinco años en una esquina donde he visto infinidad de riñas y en la que los miembros de la institución generalmente solo toman polco para observar los acontecimiento. En esa fracción recuerdo las horas que perdí esa noche del verano pasado en la posta y en la comisaría y la acusación de pendencia –esa vez me espero una dama que me alivio la salida pero que en esta oportunidad estaba más concentrada en sus pasos y difícilmente me consolaría. Además me dio una lata eso de los lentes es un argumento que uno lo piensa cuando se trata de lanzar uno golpes. Todo ese escenario hizo que por un momento me contuviera. En eso Matías me asistió e intento bajar la temperatura. Pero el grandote insistió en los insulto y como estaba en esa postura de combate le lancé un par de “mangazo” que lo desalmaron sin mayor problema. Nuevamente la “conversación”. Yo ya había dado por ganado el enfrentamiento y en un momento hice que Matías se entrara y quise no dar más bola a los sujetos. Debo insistir que a cincuenta metros de los acontecimientos permanece de punto fijo una patrullera que no realizo ni un mínimo movimiento. Es en ese instante es que el chico me lanza un golpe en la cara y sale corriendo.
Un paréntesis. Hace poca más de un año partió una chica a trabajar a Escocia. Buena onda, ella regreso a verme esa anoche. Se que me tiene mucho cariño, pero hizo algo que después le reproche con fuerza. Me agarro del brazo y me decía que los dejara. Yo me safé de ella y perseguí a los tipos.
Alcancé a lanzarle una patada cuando aparece nuevamente Matías que me asistió y se encargo del grandote. Es en ese momento que siento la luz del radiopatrullas. Nuevamente recuerdo lo de las horas perdidas e intento controlarme y me dirijo a los pacos. Les digo que están borrachos y molestan. El paco me interrumpe y me dice que ellos estaban mirando, que yo me vuelva a mi esquina, que ellos se encargan.
Nada hicieron. Quede con la sensación de estar haciendo algo que en general me agrada, por el contacto que tengo de vidas distintas a la mía, pero que es en esos momento que mandaría todo a la mierda.
Son los gajes del oficio.

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