La niña Rocío.

La pequeña Rocío, que no es tan chica, me mira desde su silla. Me intenta explicar que el mundo es distinto, que la ausencia es dolorosa. Yo la observo con ternura. Siento que su relato es inútil, que yo se que es eso. Pero a la vez es distinto, único e irrepetible su dolor, que yo no podría sentirlo.
Ella ha perdido al hombre con el cual soplaba la vida, y soñaba que los días se vendrían uno tras otro. Que distinta es la conclusión de los caminos que anhelamos.
Comemos despacio para que el tiempo dé suficiente fuerza y terminar de desentrañar el sentido de esas cosas que pasan. No hay caso, el fracaso es total. Salimos del bar Nacional y caminamos por el centro lluvioso. Una nube negra y espesa se pasea por nuestro horizonte. No importa, le digo, es solo cuestión del vendito fuego, del que quema las heridas con más dolor. Que malvada idea le e confesado a mi pequeña incierta.
Ella tiene una mirada que dice tantas cosas. Es capaz de soportar, y se allegara a la tranquilidad.

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