Encuentro y recuerdo...


De pronto le vi de frente. Hace tantos años que no le miraba. Recuerdo que tendría unos doce o trece años, nuestro kiosco estaba frente a su casa cruzando la avenida –mi madre fue suplementera desde el año ochenta, actividad que me acompaño hasta hace unos cinco meses- y mi propia ausencia del necesario referente paterno, talves, o la simple admiración inmadura por un ser tan oscuro –podría decir a mi favor que mi desconocimiento cabal del significado y alcance del horror de sus actos- el tema es que hice una especie de lazo con el y su familia. Me abrieron la puerta de su intimidad –obvio que solo de la que se puede percibir con lo ojos de niño.
En ese tiempo en que el silencio era la norma recurrente, el llegaba al boliche de la esquina de la galería en que se encontraba nuestro puesto de diarios y yo escuchaba sus historias como aventuras, simplemente eran la expresión de un mundo desconocido y que no alcanzaba a comprender. Sus seguimientos a opositores, sus enfrentamientos con “terroristas”, su trabajo y toda una serie de símbolos que explayaba como parte de la tradición marcial –era del arma de artilleros- que hacían del relato más apasionante.
Recuero que cuando salio aquel verano de vacaciones –cuestión imposible para mi propia pequeña familia- yo le cuide su casa. Imagínense tamaña responsabilidad, que por otra parte eran propias de un púber que necesitaba el dinero y disfrutaba la confianza como un acto de madures. Mis tareas eran la de regar el jardín en las tardes, alimentar a los peces de un acuario y encender las luces. En esas visitas no podía evitar transitar por las habitaciones y encontrar esos secretos infames. Un revolver, una sub ametralladora, minuciones en una caja, unas cadenas y quien sabe que más guarda mi memoria. Todo distribuido con absoluta normalidad. Será que sus pequeños hijos y su confluctuada mujer –una profesora de párvulos- sentía esos objetos como parte de su cotidianidad.
Años después pude percatarme de la tamaña intromisión de mi parte, de esa que se hace sin la menor conciencia. El estuvo señalado por los organismos de DD.HH., que en la década de los noventa lo identificaron como un violador de mujeres y hombres, un sádico de la más compleja condición –y digo esto en el sentido de la insondabilidad de la condición humana.
Recuerdo que en una oportunidad –pudo ser por el 86 u 87- me “invito” a integrar una organización juvenil que era la pantalla, eso lo discerní años después, la “apertura” que preveía la preparación del plebiscito de octubre de 1988, me refiero a “Avanzada Nacional”. Yo no entendía bien. Sentía que la política era una actividad prohibida pero intuía mis compromisos eran mas bien progresistas –la fuerza de la figura de Allende me llego en los años de mi internado con la congregación “San Viator” en Puente Alto- pero que en esta invitación podía encontrar algún tipo de validación. Le pregunte a mi madre si me daba su venia. Ella solo me dijo que en este momento no, que tal ves cuando fuera mayor, que la madures y todo eso. De alguna forma me basto para desistir, en realidad correrme.
Me río por que un año después militaba en la Jota.
Esa mañana de hace unos días me lo tope a boca jarra, no lo pude evitar, y le salude mientras caminaba de un lugar a otro en el paradero. Como esta buenos días. Eso fue todo. Maldita sea. Le mire de reojo y sentí su decadencia, el abandono y la suciedad de sus gestos. Se ve demacrado, pensé. Ya no es el mismo pendenciero de hace veinte años. Talves no aguantó, el tema es que giro y comenzó a caminar por la vereda. Sus pasos no tienen la misma prepotencia.
Se me viene a la cabeza una canción de Mauricio Redoles en la que se pregunta, a partir de su propia experiencia, ¿que será de su torturador?. Algo por el estilo sentí...

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