El internado uno...

Mi llegada…
Recuerdo que al principio era un alumno de régimen externo. Era un buen colegio, ubicado en Puente Alto- manejado en forma mixta por una sociedad de beneficencia –Sociedad Protectora de la Infancia- en conjunto con una congregación de educadores españoles, los “San Viator”. Llegué en segundo básico, pero ya el año siguiente mi madre, enfrentada a la necesidad de mantener y educar a tres hijos sin ayuda de un padre alcohólico, se plantea la posibilidad de internar al menos a dos de nosotros. Ya para cuando cursaba el cuarto año los trámites estaban avanzados. Mi madre me lo planteo en una conversación de cuyo exacto contenido no recuerdo, de hecho tengo la idea que fue un proceso lento en que me instalo la necesidad de ese cambio en nuestra vida. Mi calidad de hermano mayor, de una madures precoz producto de la dureza de la existencia, quien sabe que más se conjugo para que yo aceptara ese estadio de mi vida. Era obligatorio para ingresar al régimen de interno la voluntad del menor. Conversan una serie de profesionales y quedo adentro…
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