Objetos.

Antes de empacar, son tan pocas las pertenencias –y que importan mucho si somos transito. Miró de reojo el oso de algodón sobre el televisor. Pensó que un regalo así era de los objetos que acompañan, manteniendo suspendido el momento agradable en que fue entregado, una manifestación de tiempo –pretérito- que salda todo los que después llegó, deja un gusto de reciproca ternura. Los ojos recorrieron la habitación buscado que otra cosa era lo suficientemente intenso como para que representara su presencia, objetos inanimados que marcan camino, una huella que traslada a la dimensión de lo que fue, el contradictorio sentido del tiempo que sólo tiene una dirección y no permite remontar, río caudaloso que no deja de avanzar. Cierra los ojos e intenta tocar la orilla, asirse a un banco de arena, al ramaje que se baña en las aguas oscuras. Continúa el movimiento perpetuo.
Finalmente posó su mira en el sombrero de tela, ese que le sienta bien, y que hace de su pequeña estatura se disimile mejor. ¿Lo echará de menos?

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