Calor
Que se puede explicar con palabras que son menos poderosas que los gestos que se multiplican por doquier. Puede que exista una sensación de desorden, extraña construcción que tiene olor a montaje cruzado, unos piden la cabeza del bando oficial, otros que se acabe el circo –les recuerdo que es lo que siempre se ha dado al pueblo cuando el poder se encuentra cuestionado.
Y mientras miro los titulares de medios que ya no consumo de puro enrabiado de tanto gesto sin sentido. Miro la hora. Será que se olvidó. No la llamo, puede pensar que la presiono. No importa, se que llegará.
La gente busca la sombra, protectora señal que proteja la molestia del anunciado cáncer, el calor, el fin de los tiempos, del olor que excede hormonas corporales. Una bebida dietética, no, mejor agua embotellada. Y pensar que hace doscientos años por esta gran vía pasaba un brazo del río urbano –La Cañada- sería cosa de estirar la mano y refrescar el cuerpo. Pero si el agua tiene minerales que afectan el riñón, y no quiero tener que depender de alguna maquina o transfusiones. Que mal, y ella no llega.
Me llegó la primera comunicación que informa que el fin de año ya llega, y que la natividad es una celebración impostergable para el mundo, y se trata de una carta del servicio público de salud por una transfusión de sangre que di para un tío de una amiga, que es tío de la hija, o algo por el estilo. Y ahora me “invitan” a continuar con tan “destacada” acción, el donante de vida, “Felices Fiestas”.
Y el calor se hace imposible, y la hora que ahoga.
Y de pronto, al fin llega, desprevenida figura que se mueve lenta, espantando las ondas calóricas, supliendo la ausencia de frescor con el movimiento felino de sus piernas largas.
Me imagino un militante del servicio público intentando explicar la poderosa excitación que le provoca la visión de esa fiera. Nada, si el poder es suficientemente excitante, ellos están para servir-se.
Y mientras miro los titulares de medios que ya no consumo de puro enrabiado de tanto gesto sin sentido. Miro la hora. Será que se olvidó. No la llamo, puede pensar que la presiono. No importa, se que llegará.
La gente busca la sombra, protectora señal que proteja la molestia del anunciado cáncer, el calor, el fin de los tiempos, del olor que excede hormonas corporales. Una bebida dietética, no, mejor agua embotellada. Y pensar que hace doscientos años por esta gran vía pasaba un brazo del río urbano –La Cañada- sería cosa de estirar la mano y refrescar el cuerpo. Pero si el agua tiene minerales que afectan el riñón, y no quiero tener que depender de alguna maquina o transfusiones. Que mal, y ella no llega.
Me llegó la primera comunicación que informa que el fin de año ya llega, y que la natividad es una celebración impostergable para el mundo, y se trata de una carta del servicio público de salud por una transfusión de sangre que di para un tío de una amiga, que es tío de la hija, o algo por el estilo. Y ahora me “invitan” a continuar con tan “destacada” acción, el donante de vida, “Felices Fiestas”.
Y el calor se hace imposible, y la hora que ahoga.
Y de pronto, al fin llega, desprevenida figura que se mueve lenta, espantando las ondas calóricas, supliendo la ausencia de frescor con el movimiento felino de sus piernas largas.
Me imagino un militante del servicio público intentando explicar la poderosa excitación que le provoca la visión de esa fiera. Nada, si el poder es suficientemente excitante, ellos están para servir-se.
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