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Enfermedad. La falta de respiración y el dolor al corazón lo provoca el aire contaminado de la habitación. Fumo un cigarro tras otro, quiero que el humo oculte la insolente visión de los recuerdos que se agolpan contra los muebles, empujando la materia, suplantando el natural sentido de las cosas. Ya perdí la cuenta de los días que llevo en este lugar, no he comido, y solo he bebido unos sorbos de la mezcla de jugo amargo que es resultado de la cocción de raíces y hongos que me trasportan a lo profundo del universo, esa fracción de átomos que contenemos, secreto de todo en nuestras entrañas.
Con la uña voy dibujando en la madera, que se abre fácil como el agua de una gran laguna transparente, una media luna, cuarto menguante, el ciclo completo de la existencia de las almas, sonido incluido -crujido que se multiplica llamando la atención de los habitantes de las esquinas mohosas del lugar. Una araña, una familia falleciente de moscas, un par de roedores viajeros y una cucaracha marrón que me apunta con la antena y me mira con su millón de miradas preguntado por la hora que falta para descansar.
Sorpresa, me dice al fin, tu eres mi media cucaracha, la que se salvara del fin de los tiempos, cuando las criaturas sean híbridos de si mismos con los otros mismos que no quieren ser.
No quiero. Es mucho tiempo de espera.
Nada, son sólo unos instantes cósmicos, una pestañada en el reloj universal.

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