Apuntes


A pesar de algunos detalles económicos –tendré que ir a la U sin la tranquilidad de tener resueltos, aun, estos problemas- este sería un fin de semana completo.

UNO. La visita. La Uky apareció como aire calido entre la monótona llovizna. Me declara ese cariño que lo siento tan sincero –otra de las fuerzas que tanto se añora en estos tiempos. Me cuenta de su visita de un mes, de sus proyectos cuando regrese a Alemania junto a su pareja Henno.
De lo emocionante que fue para ella el saber del triunfo de la Bachelet, o esa sensación de ver estructuras nuevas en la ciudad –ella partió hace dos años. En todo caso no le permito el dejo de complacencia al analizar los “avances” de estos años. Es que el producto de todo esto es una fisonomía –filogenia urbana, arquitectónica- que se acerca a una modernidad tendenciosa, una especie de fiesta de la primavera en diciembre, que es lo mismo decir que esta primavera tiene tanto de fresca como el ventilador o el aire acondicionado que refresca del calor. Así es nuestra democracia, le digo, en muchos aspecto una construcción forzada y aparente, que esconde las deficiencia provocadas por el cambio propiciado en la dictadura y profundizado por el modelo neoliberal que a imperado, sin contrapesos, en estos dieciséis años de gobiernos concertacionistas.

DOS. Mi hija. Cumple doce años. El miércoles iremos a almorzar. El sábado tiene una fiesta –es una actividad proto adolescente, como le dije a la Uky. Ya comienza la despedida de la infancia, en uno o dos años su cuerpo ya estará en pleno viaje hacia la adultes, con todas las contradicciones y construcciones que requiere un camino como ese.

TRES. El cambio. Una mujer que asume la presidencia de la nación. ¿Qué implicancias tendrá para nuestro futuro? Y creo que la respuesta no se debe buscar en las redefiniciones de políticas públicas, o en definiciones económicas muy distintas a lo que hemos visto en estos últimos quince años –un Andrés Velasco hablando de la estabilidad del modelo deja las cosas más o menos claras. La respuesta podría estar más bien en las posibilidades de equiparar parte de la deuda que la sociedad tiene con el genero –con mi madre que ha hecho de su vida un permanente avanzar para lograr que sus hijos sean “algo”; mi hija para que sus capacidades sean al limite no entorpecido por una barrera de prejuicios y malas intenciones.
El cambio, en todo caso, es primero de los sujetos, de la conciencia que estamos en un posible nuevo mundo que requiere del esfuerzo colectivo para ser construido.

CUATRO. Domingo. A las tres un almuerzo de cumpleaños donde la Julieta –es mi amiga mexicana que estuvo haciendo un diplomado en México. Tiene un apartamento en calle Namur, a un costado del edificio Diego Portales. Voy con mi hija y la Uky. Llevamos unos vinos, unos discos de música y una película –nuestro arsenal de regalos.
Al entrar a la calle nos quedamos parados mirando la derruida ala oriental del edificio. La Gabriela me pide la cámara para tomar fotos. La Uky hace lo mismo. Son dos turistas del caótico espectáculo, la forma que tienen de sorprenderse del poder de los elementos que componen la fuerza de destrucción.
Mientras pienso en lo simbólico de esa edificación. Estuvo en pie exactamente treinta y cuatro años. Me imagino que alguien por hay podrá situar sus llamas como la alegoría del fin de la transición, la manera que tiene la historia de situar acontecimientos de esta naturaleza como expresión del fin de un tiempo, de un cambio.
Ya instalados en las dependencias de la Julieta, la acompañan un grupo diverso y divertido de sujetos –jóvenes- de diversas nacionalidades. Un crisol agradable que comparten cervezas, bebidas –para mi y mi hija, la Uky se encargo del agua mineral- y luego un buen vino. El menú era ese aporte de la cultura culinaria de México, tacos, con una cantidad de rellenos y por supuesto la salsa picante –yo regale salsa picante de esa que se baila.
Ya en la noche, es temprano pero la costumbre de cambiar la hora aturde los sentidos, partimos a la celebración del cambio de mando. Debo decir que no soy de la Concertación, pero que es un hecho histórico que no podía perder de ver.

PD: No tengo nada que perder, más que buscar mi propia tranquilidad. No tengo nada que ganar, más que normalizar mi existencia. Tengo cariño, pero no puede ser a partir del supuesto de hipotecar el futuro.

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