Sobre fumadores en la vereda de Maestra Vida

Me permitiré una digresión sobre los fumadores. Esta puede ser incluso una idea útil para levantar una hipótesis preliminar respecto de ciertas acciones que realizan habituales visitantes de Maestra Vida.

Es respecto de dinámicas de socialización que exceden la relacionadas al baile y a interacciones en torno a la barra del local, y tienen que ver con ritos -los describo en esa forma- de fumadores que se ven obligados -por restricciones legales- a fumar fuera del recinto.

Parece necesario precisar la acción del fumador: son aquellos que vinculan el acto de inhalar y exhalar la nicotina de cigarros o tabaco rolado, y que por efecto de esta sustancia sienten que mejoran la experiencia de la rumba. Esta sería una actividad que se realiza generalmente de modo colectivo, al menos de dos fumadores (hombres y/o mujeres —empleo esta fórmula binaria solo a modo representativo, entendiendo la existencia de una amplitud de relaciones sexo-genéricas posibles) que permite situar, en una diversidad de combinaciones motivacionales, todo lo que encierra participar en una especie de ritualidad, pues de la observación, se puede interpretar que inconscientemente, se dan una serie de modos que asemejan reglas mínimas que se repiten entre los participantes.  

Por ejemplo, los fumadores habituales en la fiesta nocturna de Maestra Vida establecen grupos de compañía, la idea es que esta actividad no se realice en solitario en tanto en este espacio físico y temporal se intercambian conocimientos, anécdotas, reflexiones de distinto tipo, en oportunidades se profundiza en algún aspecto personal de los que participan en la acción, cuando son mujeres muchas veces se intercambian comentarios o recomendaciones sobre los bailadores, los que según las expectativas de las integrantes de esa circunstancial cofradía, señalan al que tiene mejor técnica, es más apasionado, es respetuoso del espacio de la bailarina, etcétera.

Julio Ramón Ribeyro, el escritor peruano que reivindicó como pocos el acto de fumar en una crónica llamada “Sólo para fumadores” señaló: “Fumar fue durante mucho tiempo una forma de comunicación. Se fumaba para acompañar, para hacer tiempo, para esperar, para acercarse a alguien, para entablar una conversación.”.

Las motivaciones que se pueden encontrar en el acto fumatorio, que en Chile por efecto de las restricciones que se incorporaron para ejercerlo al interior de locales como el nuestro -vigente desde marzo de 2013-, antes este hábito estaba mezclado directamente con el baile y la bebida -incluso para los “fumadores pasivos”-, era una especie de masilla que amalgamaba el recinto entre aquellos que llegaban cada noche a disfrutar. Desde ese momento se separó para siempre estas dimensiones, lo que hizo consciente a quienes ejecutaban este acto, por lo que cada vez que los fumadores quisieran vivenciar esta experiencia, para el caso del local, debían salir a la vereda, y en ese momento, también, se inauguraron nuevas formas de relación.

 

Podríamos discutir el efecto de las políticas sanitarias restrictivas, pero no se podrá debatir que desde el punto de vista cultural esta restricción ha implicado un ajuste que obliga a construir nuevas estrategias y modos de socialización que al parecer va permitiendo que los fumadores se constituyan como un grupo especial, una alteridad que se identifica con códigos propios y únicos en tanto del resto de “no fumadores”.

Por otro lado, para algunos, la segregación entre quienes fuman y no, separados por el límite externo del local, al parecer potencia la sensación o urgencia por el humo.

Toda esta reflexión mínima, me ha permitido elaborar una especie de lista de posibles tipos de participantes en esta actividad:

  • La mujer o el hombre que no tolera fumar sin acompañarlo con conversación de las más variadas temáticas propias de la fiesta, de la vida o de la cotidianidad;
  • Fumador(a) que entablan c
    onversaciones sobre sus propias circunstancias con otros, extendiendo las ideas que tienen en torno a tal o cual rumbero(a);
  • Hombres/mujeres que aprovechan el momento para conocer a otros que mantienen la misma dinámica de fumador, aprovechando la instancia para reconocerse;
  • El/ella fumador circunstancial, aquel que en otro contexto no fuma -entiéndase la rumba-, pero en esta fiesta le resurge aquel hábito;
  • Fumador(a) “oportunista”, es quien llega a la vereda buscando que alguien, otro fumador, le provea de cigarro, encendedor y compañía, porque le dio “ganas de fumar” a pesar de “estar en camino de dejarlo”;
  • El fumador de compañía, que puede ser pasivo o no, pero que está ahí por compromiso generalmente filial con la o el que es activo en la acción;
  • El fumador(a) por compromiso social, es decir, quien sigue a su grupo de acompañantes, y no quedar solo(a) al interior del local;
  • El/la fumador(a) por resguardo de la seguridad, es decir, que ante un cierto estado de alarma por aquellos que circulan alrededor del local, sienten temor de fumar solos(as);
  • Y ciertamente está el fumador solitario, que generalmente señala su intención con una caminata en la vereda, marcando su ánimo de no ser acompañado.

Es seguro que hay muchas otras alternativas, pues esta acción es, a pesar de las restricciones, una pieza importante en la forma de vivir la rumba de Maestra Vida.



 

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