¿Estamos ya viviendo una distopía? reflexiones desde la ciudad ciberpunk

Es sábado y estoy parado en la puerta del local, es pasado la medianoche y el frío de julio se hace sentir, la última actualización del smartphone indica 4 grados con mucha humedad ambiental que hace de la sensación térmica se acerque a los 0 grados. Observo a individuos o grupos de jóvenes transitar a los locales de alrededor, los que están de moda, los que programan los hits instantáneos de autotune que hacen del deleite de miles de chiquillos, que se asoman a aquellas ofertas.

Hace unos días supe algo que no sabía y que hacía mucho me intrigaba. En un boliche que está a 50 metros cruzando la calle, de los que más público convocan, las mujeres, promedian los 20 años, se enfundan cortas faldas, escotes pronunciados, corset, ligas, pants short y otras indumentarias de fiestas que a pesar del frío son las que hegemonizan los outfits. En cambio, los chicos van de jens, polerón y jokey, nada muy llamativo, son las chicas las que evidencian un aire destapado e impudoroso, me recuerda de unos evangélicos que cada 1 de noviembre se instalan en la esquina con altoparlantes a gritar de la decadencia de la sociedad que “venera” la muerte en los disfraces con los que se celebra halloween, de hecho, a esta altura esto asemeja una pasarela que, al menos a mí, me sorprende por el desenfado, en todo caso sucede de un modo relajado, unas ríen, otros toman alcohol antes de entrar, o se aplican unos tubos de aerosol nasal con la droga de moda, en fin, todo muy ciberpunk. Por cierto, el motivo de ese outfit es porque las mujeres pueden acceder gratis al sector VIP de aquella discoteca, de otro modo deben cancelar 10 mil o más por el ticket de entrada.

En paralelo, en estos días avanzo en la lectura de la novela gráfica “Antes del Incal” de Jodorowsky y dibujo de Janjetov, una precuela del Incal, que siguen las aventuras del policía y héroe John Difool en tierra 2014. En el trazo definido y claro de Janjetov se describe un mundo, dominado por castas, en una estructura urbana vertical en la que en los niveles superiores habitan las élites gobernantes, y mientras más abajo se internan, las existencias quedan atadas a destinos miserables, aunque plenos de goces circunstanciales en que la droga y la sexualidad relajada es la forma de sobrevivir.

Esa noche de invierno, viendo a aquellas mujeres, con los chicos de acompañante que cruzaban al local pensé en la pregunta: ¿en qué momento nuestra realidad se podría describir como distópica?, y por lo tanto se desprende ¿estamos ya viviendo una distopía? No son dudas morales, son preguntas políticas, no tengo problema con que las mujeres pasen como les acomode (eso sí parece un comentario moral, pero es del modo que muchas se enfilan por la calle), es la imagen mezclada del contexto.

Imagino a Pio Nono, de noche, como esos barrios oscuros, pero llenos de vida y estímulos, ordenados en un bizarro sistema de símbolos en que se combinan el alcohol, la droga, la música y otras formas de expresividad, en que se puede llegar en vehículo, o a pie y que es parte de los submundos que se describen en universos como Star Wars, con Coruscant, en sus niveles inferiores, o el planeta Nar Shaddaa, por cierto podría ser Los Ángeles de 2019 de la película “Blade Runner” (Ridley Scott, 1982) -el libro de Philip K. Dick “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? es la obra que para muchos inaugura la literatura cyberpunk-, cada libro, película, juego o cómic del género me remite a ese momento y a esa pregunta, si acaso no nos hemos percatado que sí estamos en una distopía.

Pero es una distopía tercermundista, en que claramente hay en este basto espacio urbano llamado Barrio Bellavista, ofertas para las castas superiores, y luego si se animan a bajar a los niveles inferiores te tienes que asomar, cruzar la calzada desde Patio a los bares de Pio Nono, llegar a la esquina y te puedes quedar o no en el local de la salsa, Puedes seguir buscando otras ofertas y estímulos, talvez cruzar a las discotecas de la música liviana y evasiva, y participar en la fiesta de aquellos niveles.

Una de las características de esta parte de la ciudad distópica, si es que es eso lo que estamos viviendo, es que se mezclan muy coherentemente las externalidades de la modernidad en el sur global, aquello que Néstor García Canclini nos advertía en “Culturas Híbridas” (Grijalbo, 1989) sobre los emplazamientos múltiples y contradictorios, donde coexisten la música de moda con vehículos eléctricos que no emiten ni sonido y contaminación, pero inmediatamente está el “angustiado” pidiendo la moneda para una nueva dosis, o los smartphone que son como centinelas de las acciones de cada uno de los consumidores, acompañando en la búsqueda de movilidad, droga, imágenes, contacto en redes sociales, ubicación instantánea en el planeta tierra, videollamadas, IA respondiendo una solución del dilema circunstancial, en fin, la modernidad cibernética a un paso, es todo aquello que nos promete la utopía de los oligarcas tecnológicos, el tecnofascismo de Elon Musk y el transhumanismo, pero por cierto en un contexto del tercer mundo, al sur, con las penurias de los ladronzuelos en scooter eléctricos que pasan entre la gente y los vehículos quitando los equipos electrónicos, para hackearlo rápidamente en otro rincón de la ciudad y lograr descargar los valores monetarios, las criptomonedas de las tarjetas asociadas, con policías que en un clic tiene toda la información del infractor, pero que no son capaces de detener a esos ladronzuelos, todo, muy ciberpunk.

No es necesario saltar a la geopolítica mundial y sus dilemas de guerras de exterminio y genocidio, o a la siempre inminente nueva pandemia, o el calentamiento atmosférico y los eventos extremos cada vez más recurrentes, es simplemente pararse en la esquina de Pio Nono y Santa Filomena y observar las imágenes que se estrellan como viñetas, o cuadros de una película o serie y nos señalan, al parecer, como parte de la distopía que ya habitamos.

Por último, les propongo hacer ese ejercicio con música, puede ser alguna del mismo Vangelis del soundtrack de Blade Runner, o algo más ad hoc para esa intersección: Rubén Blades y “La canción del final del mundo”.



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