El despertar de "Pueblo" y "Popular", las palabras y el signo de este tiempo
“Cuánto más lejos nos remontamos en el comportamiento de nuestra especie, la palabra verdadera es una fuerza a la que pocas fuerzas pueden resistir. La verdad tempranamente se les apareció a los hombres como una de las armas verbales más eficaces, uno de los gérmenes de potencia más prolíficos, uno de los más sólidos fundamentos de sus instituciones” (Dumézil, G., Servius et la fortune, París, Gallimard, 1943, pp. 243-244)
La Verdad es
lo primero que muere en una crisis política, y con la muerte de la verdad
también la palabra cae en decadencia.
En otro
extremo del ciclo, es desde la Palabra cuando se comienza a reconstruir los
sistemas, las estructuras sociales, las interacciones, los vocablos se
transforman en mecanismos que expresan transformaciones o perpetúan las
hegemonías.
Por ejemplo los
vocablos Pueblo y Popular.
El año 2008
junto con un grupo de abogados, estudiantes, procuradores y trabajadores por
los derechos formalizamos un instrumento de defensa de los derechos humanos,
una coordinación para realizar asistencia legal y acompañamiento jurídico desde
los primeros actos del procedimiento criminalizador del estado. El primer
debate entre la veintena de integrantes fue el denominar la organización
política jurídico. Se colocaron a deliberación dos alternativas, pudo que fueran
más pero esas dos se alcanzaron a tomar en cuenta. Una fue DEFENSORÍA POPULAR,
y la otra DEFENSORÍA DE LOS PUEBLOS. La primera, fue la que primó, era
respuesta a la idea que la organización debía responder al impulso genuino por
defender al pueblo, contenido en lo “popular”, ésta como categoría que
encerraba una descripción histórica identitaria de los sectores que están
relegados de los grupos de poder, clases y élites. Defender a una amplia franja
de sujetos que se identifican con el sustrato de clase, cultural y material que
mueve, con sus fuerzas y talentos, la existencia del país.
La segunda
denominación, fue la que apoyé, tenía un sentido que reconocía una condición de
Chile, cual es una comunidad compuesta de distintas identidades, o pueblos para
el caso, que no solo interesaba al “chileno popular”, sino que a las otras
comunidades nacionales con identidades distintas, por lo tanto lo correcto era
denominarla DEFENSORÍA DE LOS PUEBLOS, una valoración de ser una antípoda de los
grupos de poder, clases y élites era coincidente.
Hoy sería tan
pertinente tener una Defensoría de los Pueblos, cuando se debate el
reconocimiento constitucional de la plurinacionalidad, se habla de “naciones
originarias” como elemento descriptivo de una realidad que estuvo por siglos
escondida, pero que ahora adquiere un sentido de obviedad que permite disputar
las nociones decimonónicas que han prevalecido por 200 años en la construcción
de la República.
Recuerdo que
hablar a fines de la década del 2000 de “pueblo” o “pueblos” era algo contraintuitivo,
una reminiscencia del pasado (me lo señaló en ese sentido un compañero que
participó en un par de esas primeras reuniones), una denominación que excluía a
las capas medias pujantes y desafiaba a las ciencias sociales de moda en aquel
momento que describía a la “gente”, al “ciudadano”, y en un nivel
antropológico, una “alteridad” que en el mejor de los casos mantenía una
identidad popular.
Casi 13 años
después de ese debate, la denominación “pueblo” se transforma en la medida
desde la que parte cualquier esfuerzo político, revalorando el significado
simbólico que permite nuclear desde la marginalidad precaria al fondo de la
cadena de producción, a los profesionales empobrecidos que son tan proletarios
como los que venden su fuerza de trabajo en la factoría o en la industria de
servicio tercerizado.
Este proceso
no ha estado exento de resistencia y menosprecio de las élites y la clase
política, que en el extravío de los primeros meses posteriores a la revuelta de
2019, intentaron vanamente empatar “delincuencia”, “subversivo”, incluso “infiltrado”
con “pueblo” y “popular”, esfuerzo que chocó contra el voluntarismo subjetivo
de millones de habitantes de apoyaron la “Lista del Pueblo”, una correcta apuesta
con un alto nivel de perspicacia que fue capaz de leer ese nuevo sentido que
adquiría “pueblo” como forma de resistencia.
Así mismo
como en Europa del este y balcánica “pueblo” y “populismo” se asocia a derecha,
en cambio, nuestra realidad este vocablo determina una ruptura anti-élite, una
crítica radical a las representaciones tradicionales, disparando de un plumazo
a todas las formas de organización partidarias aunque no sean parte del
duopolio sin distinción.
Lo “popular”,
además, es un elemento político significativo en la configuración del orden que
legó la revolución francesa y todo el periodo de ascenso de los estados
nacionales y la ruptura con el orden feudal, es el adjetivo que acompaña la soberanía
sintetizando un marco conceptual que ha permitido a las democracias liberales
pasar por alto cientos de atropellos a la dignidad de minorías. Sería pues, la Soberanía
Popular el pivote que permite asentar las mayorías representativas que en ese
mundo antiguo se identificaba en el monarca o soberano, ahora es la soberanía
de todos.
Claro, por
varios siglos solo se concideró al soberano popular al hombre mayor de edad con
un patrimonio. Luego se amplió al letrado y profesional, para ya en el siglo XX
a alfabetizado. Las mujeres fueron recién parte de la soberanía desde pasada la
mitad del siglo XX, y desde ahí ir integrando otras expresiones identitarias
que no eran parte de los cánones formales o hegemónicos.
Cada ampliación
de segmentos era respuesta de una lucha en contra de los grupos privilegiados,
los hombres blancos y propietarios, los patricios, hasta el pueblo llano.
Después de
dos siglos –en Chile- de camino recorrido, empujando programas políticos que
pretendían ampliar esa base de “pueblo” y lo “popular”, estamos en un punto de
reconfiguración del sistema de representaciones que puede llevarnos a
establecer una innovación respecto de la representación reconocida como parte
de la Constitución, siendo justamente las palabras, en tanto vocablos que han
cambiado su significado y valoración, un papel central en la construcción de la
nueva realidad, la refundación de un nuevo país con un “pueblo” capaz de ser
dueño de su destino.