Fuga y silencio (II)

Mastiqué unos granos de palomitas de maíz saladas que colocó la chica que nos atendía. Daniela tiene un semblante sereno, diría que es una mujer transparente, aunque no sé bien a qué debo esa idea, recién hace menos de veinte minutos que la he visto, se supone, por segunda vez. Por más que intente recordar no puedo allegar imágenes fidedignas, solo traigo sombras de ese viaje que realicé a principios del verano con Marta. Recuerdo, eso sí, las circunstancias y que básicamente eran los últimos esfuerzos por contener una relación que se nos iba de las manos, donde cada cual hacía como que no le preocupaba más que su propia existencia, y en realidad estábamos muy atentos a lo que lograba hacer sentir en el otro cada acto, la indiferencia y lucidez de los silencios que ocultaba preocupación genuina. Por tanto cada acto y gesto era una premeditada llamada de atención, desesperada, por no tirar a la borda cuatro años de relación y reconocer en ella la mujer de mi vida, pero claramente no había mucho de donde sostener esa pretensión.
Recuerdo que aquella noche nos fuimos a comer al Cinzano, mariscos y empanadas, dos botellas de vino y tres horas de románticos coqueteos de intermezzo para la muerte definitiva que vendría dos o tres meses después.
Era viernes, lo recuerdo con claridad pues partimos temprano, yo con la excusa de ver unos colaboradores para una nota de la revista. Ya al salir del restorán caminamos por unas calles del plano de la ciudad, a lo lejos se sentía el cosquilleo del oleaje que ronronea como un oscuro gato esperando una caricia. Teníamos planes por separado, lo habíamos acordado previamente en esa lógica que inventamos los que vivimos en crisis para, supuestamente, dejar hacer al otro. Nos despedimos poco antes de la media noche. Ella fue a ver a unos ex compañeros de universidad y yo al cumpleaños de Francisca, una chica estudiante de arte que conocía de Santiago y que coincidí en su cumpleaños.
Llegué con una botella de vino que alcancé a comprar en una licorería de camino a cerro Concepción. Cuando entré la saludé y me integré al grupo variopinto de sujetos que atestaban una sala iluminada tenuemente donde se mezclaban, creo, el sonido de música aún no estridente con el humo de una decena de personas que hablaban, todo esto no sé si realmente es un recuerdo o el juego de la memoria para tener motivos de estar sentado ahí. Se supone que en ese viaje y lugar conocí a Daniela.
Respiré profundo mientras me servía un vaso de bourbon con hielo. Ella pidió una cerveza con jugo de limón. Me agradeció que la recibiera a esa hora de la madrugada. La miré y sonreí. Es atractiva, pensé. Pero más que la belleza, exótica diría, era su atrayente mirada la que me impulsaba a no salir de aquella extraña reunión. Su cuerpo era de una poderosa feminidad, una hembra hecha y derecha de contornos marcados, pechos dignos, alta y de tono orgulloso.

- ¿Cómo va el periodismo?- me preguntó luego de unos segundos de silencio y que me dejó, no sería la primera vez, en esa sensación de indefensión que en todo caso no alcanzaba a incomodar, me generaba confianza su mirada y no podía estar a la defensiva con lo que decía o sabía de mí.

- Creo que bien, en realidad trabajar en la redacción de la revista tiene mucho de tedio…- bajé la vista buscando una palabra que pudiera significar esa profunda desazón que me provoca la soledad, porque una cosa es que hagas el trabajo que te gusta, pero otra muy distinta es hacer ese trabajo sin ánimo porque sientes que te falta algo en la vida. Por eso me pareció prudente buscar una palabra que expresará todo aquello y solo atiné a decir “…y cansancio”.

- Puede que te entienda, yo también siento que de tarde en tarde me gana un agotamiento que no permite hacer mis cosas…- me miró a los ojos y supuso que no sabía a qué se dedicaba.

- … soy terapeuta.- dijo antes de llevarse el baso a la boca.

- mira Daniela, no te mentiré, no recuerdo con claridad nuestro primer encuentro, -ella dejó el baso sobre la mesa y colocó toda su atención en mi rostro sin perder su semblante sereno- en aquel viaje al puerto estaba a punto de separarme de mi mujer, cosa que sucedió finalmente hace ya ocho meses. Cuando me llamaste estaba mirando el techo y me preparaba para salir a dar una vuelta, aquí mismo vengo en noche de insomnio, cuando no puedo terminar alguna nota, me tomo un trago y regreso o a finalizar o a dormir. Es, además, un lugar que visitábamos con Marta, pero no tiene esa significación, es un lugar que siento propio…-fue una excusa en todo caso, pues de ser sincero, me atraía ese lugar justamente por la historia que compartí con mi ex mujer- es singular esta manera que tenemos los seres humanos de apropiarnos de los lugares, nos da como mínimo seguridad…

- Francisca es una amiga de la vida y no podía faltar a su cumpleaños- partió diciendo mientras sus dedos siguieron el borde del posa vaso – aquella noche solo quería acompañar a la pancha, y en el mejor de los casos pasar un rato agradable, sin preocuparme de mis responsabilidades. En algún momento de la noche te acercaste y comenzamos a hablar, me diste una descripción de tu trabajo, yo te pregunté en todo caso qué hacías en la vida. Me pareciste un hombre de fiar, a pesar de estar algo tomado, en ningún momento me hiciste ninguna propuesta, ni coqueteaste excesivamente, ni te comportaste de manera atrevida como para que pudiera sentir desconfianza.

Respiró, yo aproveché de beber el último sorbo de bourbon, los cubos de hielo ya hacían agua pero estaba fresco aquel concho. Me animé a buscar con la vista a la chica que nos atendía, no era primera vez que le tocaba servir mi mesa, así que simplemente le hice un gesto con el dedo para que entendiera que me trajera otro. A Daniela aún le quedaba resto de cerveza en la botella y un poco en el vaso.

- Te he buscado por eso, porque me diste confianza aquella vez, a pesar de que sentía un poco de desazón en tus palabras. Te he buscado para pedirte un favor de periodista…


Primera Parte:  http://felixkof.blogspot.com/2010/10/fuga-y-silencio-i.html

Entradas populares