Otra noche más...
UNO. El dolor es la manifestación más dramática de la existencia, es la manera por la que llegamos a conocer nuestros límites, una forma certera para allegar a la conciencia (no debemos desconocer, en todo caso los caminos contemplativos que se logran por vía de la meditación y los que se generan con ayuda de sustancias varias). El dolor físico provocado por una circunstancia externa, se me viene a la mente la flagelación y tortura como formas de doblegar la voluntad del ser humano, método ampliamente utilizado en la historia humana. Toda esta digresión la hago mientras mi cabeza se transforma en un amasijo deforme de hematomas provocados por la violencia.
El dominicano aquel me lo tenía prometido desde que lo expulsé del boliche –se lo tenía prometido a la Maestra, o al que asumiera el rol de defensa del territorio-. No tengo mayor problema que fuese un mal educado y pedante -de esos hay muchos que circulan por la noche de Maestra-, negro de metro ochenta que ostenta una especie de predilección enferma por mujeres borrachas para invitarles tragos y llevarlas a quién sabe qué lugar. Tampoco me preocupa sus malos modos con los que trabajamos: no saluda y pasa entremedio de todos sin pedir permiso, o que escupa sus peticiones casi como un mandato soberbio. Pero en un momento fue mucho y comenzaron los reclamos, es decir, insistir con los modales bruscos, molestar, y ser mal educado. Cuando se le fue advertir contestó violentamente con una mueca burlona como si estuviéramos jugando. Aquella vez, al salir, me lanzó un golpe que se lo respondí y le dije que quedaba fuera, no volviera, nada grave supuse y que en otra decena de veces otros lo entienden, odiándome, pero lo entienden, éste no. Regresa una semanas después y le digo que no va a entrar por todo lo anterior, que se pierda por unos meses para que aprenda a comportarse y cosa del estilo que se usan -de hecho son parte de un procedimiento aprendido en 10 años de trato con este perfil de sujetos- para casos como ese. La reacción fue una amenaza pendenciera.
Por último, me dije, para eso he practicado lectura y otras disciplinas de defensa personal como declamación poética, literatura latinoamericana y filosofía. No hay nada que una buena palabra disuasiva no pueda con gestos prepotentes. Que equivocado estaba.
DOS. Eran casi las cinco de la mañana y detuvo la camioneta gris justo frente a la entrada del local. A esa hora ni policías, ni público, solo algunos rezagados de la noche que termina y uno que otro taxi estacionado esperando a los últimos pasajeros de la jornada. Dolca, el eterno servidor de consomés y panes con ungüentos reponedores preparaba un pedido y yo terminaba un pan con queso justo en la banca que da a la vereda, esperando mi transporte para regresar a casa. Lo vi y supe que aquella amenaza había llegado para cobrar y recordé de la maravillosa película de 1952 “A la hora señalada” de Fred Zinnemann donde Gary Cooper personifica a un sheriff que lo revuelcan en la misión que debe cumplir a pesar de la soledad del mundo que le rodea. Me sentí como el que va a enfrentar al matón (en realidad el dominicano es como un primate fibroso que me saca por lo menos un pie de altura de ventaja). Escupió algún improperio desde el volante antes de bajar y colocarse una pistola en el cinto del pantalón. Siempre he sabido -regla de los choros de verdad- que quien muestra un arma no es para usarla y me la jugué por ese principio. Me acerqué y lo enfrenté, di el primer golpe y respondió con una andanada. En un memento me vi en el suelo, sentí como mi cabeza se azotó contra la cuneta, fue tal vez el cansancio que tenía acumulado, fue tal vez una especie de llave maestra que me lanzó, o simplemente el gesto de su fuerza que no calculé. Luego recordé que lo más difícil es sabe caer, me lo explicó mi profesor de box que si me hubiese visto estaría indignado por la presentación de esta madrugada. Tengo cototos en la nuca, la cara, y marcas varias en el cuerpo. Una chica linda que miró todo el pleito me consoló luego diciendo que di algunos golpes, pero todo aquello no me tranquiliza, ni el pensar que si el arma hubiese sido de verdad -Alexis dice que se notaba que era falsa- el final hubiese sido otro, lo que tengo claro es que tarde o temprano todo aquello tenía que suceder, como el personaje de Gary Cooper -el viejo sheriff Will Kane- tiene la claridad que los matones llegaran al pueblo y que es inevitable ese destino.
TRES. Animalidad y territorio, todo se reduce a este binomio. Defender un territorio, es la clave para comprender un enfrentamiento, los primates y en general todos los seres vivos lo hacen desde siempre y ha servido –aparentemente- para lograr la supervivencia del grupo. En el territorio se pueden establecer los vínculos más duraderos, supervivencia, comunicación afectiva y empatía. Otra categoría es la existencia de machos alfa y hembras alfa. Es curioso que una de las primeras cosas que me preguntan es si el pleito fue por mujeres, y en realidad muchas de las disputas que se dan en el lugar donde ejerzo el oficio de matón de segundo enjuague son por ellas, aparentemente. Porque si miramos el detalle de esas disputas se trata de territorio, de espacio físico vital para mostrar los dotes de macho alfa o de betas que quieren tener alguna chance con hembra en el espacio común.
Lo que hice fue eso, defender el territorio, era el rol que me tocó cumplir en esta caverna (uso el término en todas las acepciones posibles), pues es una de las maneras de entender nuestro territorio.
Finalmente me he ido reponiendo de las heridas, y me empodero como el sujeto que hace las tareas de defensa del territorio, y saben que en el fondo, bien en el fondo, lo disfruto…
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