Celebrar su no-cumpleaños

Una vida celebrando todos aquellos hechos relevantes de la existencia, espacialmente con tu amante. Por ejemplo el primer beso, la primera vez que comimos juntos, la oportunidad que compartimos la cama, y la otra que hicimos el amor. La primera ruptura y la excitante visita a las dunas. Todo cabe en las efemérides, en los hitos de sujetos, como yo, que todo lo guardamos como “Funes el memorioso” –del cuento de Borges-, claro que sin ribetes dramáticos del personaje aquel.
Ella me pidió celebrar su no-cumpleaños unos días antes de su cumpleaños, que sí es una ocasión que se celebra de manera habitual. Le invité a cenar y luego caminamos hasta allegarnos a una feria al sur de la ciudad. Nos subimos a uno de esos juegos mecánicos que suenan chicharrientos de oxidación, comimos cabritas calientes –léase palomitas de maíz- y dulce de algodón. Le regalé un globo estrella que tenía en cada punta una letra y formaba la palabra amor.
En algún momento llamé la atención del motivo de todo aquello, que en todo caso solamente por el acto de estar a su lado podría haber salido con ella sin inventar eso de la celebración del no-cumpleaños.
Me miró, dulce y transparente y exclamó: los no-cumpleaños se cumplen todos los días y eso siempre se debe celebrar.
En realidad es justo celebrarlos, los de ella porque es linda, los míos por que suporto esas letanías de la existencia, por último soportar la dureza de ser.
Pero me anima, además, la ocasión de estar con ella.

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