Estoy vivo, a veces

I.
Siento que estoy vivo. Otras veces, la mayoría, estoy no-muerto que vendría a ser el estado normal de nuestra existencia, del mío o de cualquiera de ustedes, y que es un paso antes de eso que llamamos muerte.
En ocasiones, muy excepcionales, siento la vida en mi cuerpo, es un impulso motor, una consciencia total y múltiple que pregunta y me obliga a silenciar las posturas que invento para no mostrar la ausencia de respuestas, y buscar claridad en lo profundo.
Hay momentos, excepcionales, que miro en el migrar de los ojos de una mujer de vestido rojo, que jala y me suelta mientras subo a las nubes, y recorro junto a ella el vecindario de la memoria.
Una jornada ya tapizada tras una muralla, pasó su mano por mi frente infinita y me sometió al acto amoroso de la liberación. No alcanzó a doler, algo de orgullo quedó desparramado en el suelo de madera del boliche inmundo. Luego miré desde ese nuevo estado y vi todo como poemas, es decir, el mundo está constituido de poesía que domina cada rincón de eso que llamamos realidad. La carne, las sillas, mesas plegables, caligrafía de grafitis, poster y propaganda de revoluciones perdidas en la memoria. El tiempo es poesía, minutos y segundos, las jornadas cansadas del trabajo, las mañanas luminosas que despierto a su lado. El plato de cereales son poemas dulces y delicados. La caminata por la vereda sigilosa que nos separa ocasionalmente son poemas melancólicos pero llenos de esperanzas, te encontraré otra vez al final.

II.
Estoy concebido como una imagen, una trayectoria que transita por el mal augurio y tiene alguna posibilidad de llegar. Eso es lo que todos quisiéramos, tener consciencia de nuestro caminar.
Tengo un hormigueo en la piel, son quemaduras de sol que ha incendiado la noche tantas veces, es la oscuridad vanidosa de una precaria seguridad, aquella tranquilidad que nos lega un sistema de referencias, nos consume, agotándonos hasta dejarnos sin alma, en eso, digo, también hay poesía. Es un poema hinchado de redundancia, de molesto dolor de estómago que fatiga y destruye las paredes de la existencia, el soporte que debiera perdurar hasta un ocaso dichoso.
También hay poesía en el sueño de la revolución. Me dice la mujer del vestido rojo que está partida por un viaje que iniciamos cada día y no tenemos certeza del regreso, ese día será revuleta como poema bello y glorioso.
Quiero ser optimista a pesar de cada palabra maldecida, de dolor y llanto. Quisiera ver el mundo incendiarse de ahogo cansado.
En este instante desesperado lanzo un grito incierto, un llamado de atención, quisiera que la vida fuera la constante, pero es la no-muerte la que gana, la que nos deja perplejos en el no comprender.
En este instante lamento tantas cosas, pero conocí a una mujer.

Comentarios

  1. Me quedé pensando en el mito se Sísifo, aquel humano astuto que se negó a morir y que por castigo está condenado a subir una piedra enorme una y otra vez, pero nunca llegará a la cima. Camus hablaba de esa contradicción de la existencia (vivimos una realidad absurda, en el fondo no estamos vivos), y el único momento en el cuando estamos vivos en serio, o felices, es cuando por un momento no hay que empujar la piedra... entonces hay que volver, una y otra vez.
    Sísifo se condenó porque no quería morir. Camus apunta que la solución sería el suicidio.
    Hemos sobrevivido a un terremoto, ¿llegará otro a acabarnos? ¿habrá que promover el próximo? ¿cuántas muertes más nos quedan?

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