Desde un rincón... Robertos.
UNO. Observa como se va llenando, como van llegando los habituales, desde el vacío hasta completar los ritos que inician la jornada. Les sabe nombre, apodos, conoce las señas que identifican y distinguen sus almas, los pasos que han dado y les han llevado a este punto, una coordenada marcada en un plano que intenta imitar la realidad sumidos en la sombra ambigua y embriagadora de Maestra Vida. Ha escuchado las conversaciones, y no es que fuese un ser que se interese por tal actividad, es solo que de tanto cerrar los ojos sus oídos se agilizan recibiendo secretos y confesiones, relatos, comentarios e infidencias de tal o cual que le dan un panorama total de los habitantes del lugar.
Todos pasan a su lado, algunos miran y ven sólo un rostro. Otros se preguntan por la particular fuerza de los ojos que expresan orgullo, una actitud desafiante que no requiere de otro soporte que su propia identidad.
Pero para él hay una mujer que sobresale, es especial y distinta, pero de la manera que logra el dolor, la soledad y la belleza, combinación siempre posible para los pasajeros de este rumor. Intuye que ha llegado arrancada de una vida, destronada de un hábito, desconsolada, intentando dar una explicación a la desolación. Se asoma a un espacio que le han comentado, es posible que ahí encuentres sosiego, le ha dicho la amiga. Puede ser, piensa cuando cruza por primera vez la mampara, si finalmente es lo único que me queda antes de lanzarse desde una azotea. Y la primera impresión es un impacto por la oscuridad, esa penumbra que tiene el lugar, una sombra que cubre todo como la noche, pero es una oscuridad iluminada que no intimida, acoge e invita como un llamado pretérito que parece conocer de un relato montado de pedazos de historias de muchos que han pasado por aquella pista y sus rincones.
Pero todo aquello suena a dispersión y torbellino, pues cuando baila va contando las horas en que su alma va llenando de un sentido la vida, una mentira piadosa, piensa, lo dice y lo repite a quien quiera escuchar de su historia. Siente que podrá equilibrar su pena con alcohol y rumba, con una entrega sin misericordia al placer íntimo de abrazar al hombre aquel, o a ese otro, o al que se encontró en el pasillo y le invitó a trajinar el cuerpo.
Pero el dolor vuelve cada vez que termina la rumba, y de tanto desear el sedante de ese mundo, regresa cada vez, de miércoles a domingo, masticando su propio relato de sufrir, inventando historias al ocasional acompañante, un estandarte que le cobije aunque sea unas horas más en ese mundo de salvación, suponiendo que de esa manera podrá equilibrar el desasosiego, la incomodidad con la realidad marchita de la ciudad, en los extramuros de su dispersión rumbera.
Roberto, el observador silencioso, el que intuye el dolor, el que sabe tantas cosas de escucharlas comentar, la ha descubierto hace ya algunas jornadas. Su delgadez de mujer intoxicada de dolor, su mirada vidriosa, su paso desinhibido y coqueto hacen de ella una habitual que marca su alma. Él la ve bailar, sabe los temas que más le gustan, las canciones con la que puede jugar, destronando a los ocasionales que serán el mal amor que la ha derribado, piensa mientras se deja recorrer al calor de la música.
DOS. Es septiembre de 2001 y Maestra Vida se prepara para celebrar el 14 aniversario. Jaime Zapata –destacado pintor ecuatoriano residente en Paris- ha comenzado el encargo de su amigo Charly, un mural que represente a los personajes que la habitan, y se ha fijado en algunos que trabajan en Maestra.
Pero ese 11 de septiembre avanza, distinto a los del dolor que es una cicatriz en la conciencia de millones de nuestro país. Cuando dan a las 10:30 de la mañana se ha enterado de la tragedia, una tormenta cosechada de los vientos que el Imperio ha sembrado por décadas en todo el mundo. Ese acto bárbaro queda finalmente retratado en el mural, que en el costado superior izquierdo se puede observar la desesperación del gentío que arranca de la destrucción.
En ese mural han quedado suspendidos algunos personajes de carne y hueso, los que nunca envejece, solo superado por el gris que va opacando los tonos. Roberto está inmortal mientras se mantenga vivo el dibujo y el color que le de vida. De tanto estar en esa posición, el del mural, ha ido ganando conciencia de su condición de entandarte, de misionero de dolores cercanos que se dicen a un costado de su frente, es el escudero que divide la imagen del dolor de ese septiembre del 2001 y las alegrías y dolores que transitan cada jornada de rumba.
TRES. Siente la mirada de él, el personaje dibujado. Lo encuentra atractivo, con esa mirada altiva y orgullosa simplemente le perturba, es como si le siguiera sus pasos, pero dentro del profundo dolor, lo que quiere es olvidar las miradas y se deja llevar una vez, y otra, y otra hasta casi quedar inconciente.
Qué huellas son tus heridas, se pregunta él mientras suelta un suspiro que se pierde entre las voces que le rodean. Déjate amar mujer desdichada, que ese dolor te mata, no sigas jalando de esta guarida que no llena nada más que la propia soledad. Se lo dice con tanta pasión que parece perder ese porte gallado y se vuelve carne, casi se oye como una súplica, ella lo siente.
Mientras tanto el otro Roberto, de carne y hueso, es un huracán que se va desparramando de tiempo, la noche lo marca entre tantas jornadas sin dormir. Su relato es tan desigual, y mira de vez en cuando su retrato pagado en la muralla, piensa en esa joven figura que fue él mismo hace 10 años, y supone que será su propio sueño, el poder cambiar su humanidad y borrar tanta impasividad sin remordimiento.
Ella nunca se ha enterado que los dos son la representación de un mismo momento, nacidos del puso de un pintor. Simplemente baila, bebe y casi resignada deja que el hombre del mural la siga, y ella coqueta sueña con estar a su lado.
CUATRO. Verano del 2010. Una madrugada calurosa de febrero, cuando todos han partido, Roberto de carne y hueso se sienta a un costado del retrato. Siente un profundo cansancio, un peso de las jornadas que vivió la noche eterna, castrando sus sueños detrás de alguna mujer que sintió amar. No sabe si todo eso tendrá sentido comentarlo con alguien, pero al fin le habla a su otro joven y altivo Roberto:
- Qué hago en este momento, cuando quiero descansar de tanta noche sin destino?
Háblame dibujo sin nombre, pues tu nombre es mi propia identidad, qué hago de tanto vivir la noche y dormir el día sin saber de verdades más que el ruido interminable de la bella salsa, el baile que me lleva a la cima, y en este lugar sin memoria, pues cada cual se la lleva para no volver nunca más, o regresa transformado en un intimo registro de sus almas.
A esta hora ya todos se han marchado –dice mientras baja la vista desde el mural al baso con el último trago de ron- y nos hemos quedado al fin solos, por favor dime que hago…
Empujó todo el contenido de la mesa y se recostó entrando en un profundo sueño.
El frío fue lo que sintió, justo a la hora que llega Julio, el hombre que se encarga de dejan todo a punto para la nueva jornada de los que en unas horas más llegarán buscando la rumba de la vida.
No le llamó la atención nada en particular, pues sabía que Roberto debía estar por ahí esperando la hora para partir. Lo escuchó en el baño y le llamó: Compadre Roberto.
La voz que salió del rincón del baño era la de su amigo de mucho tiempo pero inmediatamente sonó distinta.
Hola, qué pasa Julio –le dice mientras avanza hacia él.
Nada compadrito, creo que le hace bien la noche, se ve más joven. Ya sé!, estas haciendo alguna dieta.
Roberto lanza una carcajada y dice:
No seas huevón, la única dieta que hago es la de meter y sacar…
Se despidieron esa mañana de sábado hasta el día siguiente.
Era 26 de febrero y ese caluroso día Roberto caminó como nunca, de hecho si cualquiera supieran que nunca había transitado esas veredas, y le pareció tan bello. Buscó en sus recuerdos los lugares que conocía de tanto escucharlos en las conversaciones, los sabores y olores que siempre imaginó.
Esa noche esperó fuera de Maestra Vida. Cada segundo lo contuvo en sus sentidos y cuando la vio asomarse por la vereda oscura la reconoció como quien encuentra la respuesta tantas veces buscada. Era bella como la tarde que conocería del resto de su vida.
Le observó y ella se estremeció con la misma mirada que tantas veces sintió en sus correrías de mujer destruida y supo que todo acababa esa misma jornada, que ya nada sería igual como la última esperanza que entrega ese lugar que le dio el perdón y la redención en un mismo acto.
Caminaron en silencio, ella le tomo del brazo.
Mientras Roberto del muro siente las voces que comienzan a llenar al lugar, no tienen descanso y no sabe si es la respuesta que buscaba.
Esa madrugada, dan las 3:27 y todo se viene abajo, en unos minutos la tierra cobra la deuda que todos vamos acumulando en nuestra existencia, sin distinguir talentos ni culpables, dejando entre las ruinas un dibujo que ya no alcanzó a ser el mismo joven retrato.
Todos pasan a su lado, algunos miran y ven sólo un rostro. Otros se preguntan por la particular fuerza de los ojos que expresan orgullo, una actitud desafiante que no requiere de otro soporte que su propia identidad.
Pero para él hay una mujer que sobresale, es especial y distinta, pero de la manera que logra el dolor, la soledad y la belleza, combinación siempre posible para los pasajeros de este rumor. Intuye que ha llegado arrancada de una vida, destronada de un hábito, desconsolada, intentando dar una explicación a la desolación. Se asoma a un espacio que le han comentado, es posible que ahí encuentres sosiego, le ha dicho la amiga. Puede ser, piensa cuando cruza por primera vez la mampara, si finalmente es lo único que me queda antes de lanzarse desde una azotea. Y la primera impresión es un impacto por la oscuridad, esa penumbra que tiene el lugar, una sombra que cubre todo como la noche, pero es una oscuridad iluminada que no intimida, acoge e invita como un llamado pretérito que parece conocer de un relato montado de pedazos de historias de muchos que han pasado por aquella pista y sus rincones.
Pero todo aquello suena a dispersión y torbellino, pues cuando baila va contando las horas en que su alma va llenando de un sentido la vida, una mentira piadosa, piensa, lo dice y lo repite a quien quiera escuchar de su historia. Siente que podrá equilibrar su pena con alcohol y rumba, con una entrega sin misericordia al placer íntimo de abrazar al hombre aquel, o a ese otro, o al que se encontró en el pasillo y le invitó a trajinar el cuerpo.
Pero el dolor vuelve cada vez que termina la rumba, y de tanto desear el sedante de ese mundo, regresa cada vez, de miércoles a domingo, masticando su propio relato de sufrir, inventando historias al ocasional acompañante, un estandarte que le cobije aunque sea unas horas más en ese mundo de salvación, suponiendo que de esa manera podrá equilibrar el desasosiego, la incomodidad con la realidad marchita de la ciudad, en los extramuros de su dispersión rumbera.
Roberto, el observador silencioso, el que intuye el dolor, el que sabe tantas cosas de escucharlas comentar, la ha descubierto hace ya algunas jornadas. Su delgadez de mujer intoxicada de dolor, su mirada vidriosa, su paso desinhibido y coqueto hacen de ella una habitual que marca su alma. Él la ve bailar, sabe los temas que más le gustan, las canciones con la que puede jugar, destronando a los ocasionales que serán el mal amor que la ha derribado, piensa mientras se deja recorrer al calor de la música.
DOS. Es septiembre de 2001 y Maestra Vida se prepara para celebrar el 14 aniversario. Jaime Zapata –destacado pintor ecuatoriano residente en Paris- ha comenzado el encargo de su amigo Charly, un mural que represente a los personajes que la habitan, y se ha fijado en algunos que trabajan en Maestra.
Pero ese 11 de septiembre avanza, distinto a los del dolor que es una cicatriz en la conciencia de millones de nuestro país. Cuando dan a las 10:30 de la mañana se ha enterado de la tragedia, una tormenta cosechada de los vientos que el Imperio ha sembrado por décadas en todo el mundo. Ese acto bárbaro queda finalmente retratado en el mural, que en el costado superior izquierdo se puede observar la desesperación del gentío que arranca de la destrucción.
En ese mural han quedado suspendidos algunos personajes de carne y hueso, los que nunca envejece, solo superado por el gris que va opacando los tonos. Roberto está inmortal mientras se mantenga vivo el dibujo y el color que le de vida. De tanto estar en esa posición, el del mural, ha ido ganando conciencia de su condición de entandarte, de misionero de dolores cercanos que se dicen a un costado de su frente, es el escudero que divide la imagen del dolor de ese septiembre del 2001 y las alegrías y dolores que transitan cada jornada de rumba.
TRES. Siente la mirada de él, el personaje dibujado. Lo encuentra atractivo, con esa mirada altiva y orgullosa simplemente le perturba, es como si le siguiera sus pasos, pero dentro del profundo dolor, lo que quiere es olvidar las miradas y se deja llevar una vez, y otra, y otra hasta casi quedar inconciente.
Qué huellas son tus heridas, se pregunta él mientras suelta un suspiro que se pierde entre las voces que le rodean. Déjate amar mujer desdichada, que ese dolor te mata, no sigas jalando de esta guarida que no llena nada más que la propia soledad. Se lo dice con tanta pasión que parece perder ese porte gallado y se vuelve carne, casi se oye como una súplica, ella lo siente.
Mientras tanto el otro Roberto, de carne y hueso, es un huracán que se va desparramando de tiempo, la noche lo marca entre tantas jornadas sin dormir. Su relato es tan desigual, y mira de vez en cuando su retrato pagado en la muralla, piensa en esa joven figura que fue él mismo hace 10 años, y supone que será su propio sueño, el poder cambiar su humanidad y borrar tanta impasividad sin remordimiento.
Ella nunca se ha enterado que los dos son la representación de un mismo momento, nacidos del puso de un pintor. Simplemente baila, bebe y casi resignada deja que el hombre del mural la siga, y ella coqueta sueña con estar a su lado.
CUATRO. Verano del 2010. Una madrugada calurosa de febrero, cuando todos han partido, Roberto de carne y hueso se sienta a un costado del retrato. Siente un profundo cansancio, un peso de las jornadas que vivió la noche eterna, castrando sus sueños detrás de alguna mujer que sintió amar. No sabe si todo eso tendrá sentido comentarlo con alguien, pero al fin le habla a su otro joven y altivo Roberto:
- Qué hago en este momento, cuando quiero descansar de tanta noche sin destino?
Háblame dibujo sin nombre, pues tu nombre es mi propia identidad, qué hago de tanto vivir la noche y dormir el día sin saber de verdades más que el ruido interminable de la bella salsa, el baile que me lleva a la cima, y en este lugar sin memoria, pues cada cual se la lleva para no volver nunca más, o regresa transformado en un intimo registro de sus almas.
A esta hora ya todos se han marchado –dice mientras baja la vista desde el mural al baso con el último trago de ron- y nos hemos quedado al fin solos, por favor dime que hago…
Empujó todo el contenido de la mesa y se recostó entrando en un profundo sueño.
El frío fue lo que sintió, justo a la hora que llega Julio, el hombre que se encarga de dejan todo a punto para la nueva jornada de los que en unas horas más llegarán buscando la rumba de la vida.
No le llamó la atención nada en particular, pues sabía que Roberto debía estar por ahí esperando la hora para partir. Lo escuchó en el baño y le llamó: Compadre Roberto.
La voz que salió del rincón del baño era la de su amigo de mucho tiempo pero inmediatamente sonó distinta.
Hola, qué pasa Julio –le dice mientras avanza hacia él.
Nada compadrito, creo que le hace bien la noche, se ve más joven. Ya sé!, estas haciendo alguna dieta.
Roberto lanza una carcajada y dice:
No seas huevón, la única dieta que hago es la de meter y sacar…
Se despidieron esa mañana de sábado hasta el día siguiente.
Era 26 de febrero y ese caluroso día Roberto caminó como nunca, de hecho si cualquiera supieran que nunca había transitado esas veredas, y le pareció tan bello. Buscó en sus recuerdos los lugares que conocía de tanto escucharlos en las conversaciones, los sabores y olores que siempre imaginó.
Esa noche esperó fuera de Maestra Vida. Cada segundo lo contuvo en sus sentidos y cuando la vio asomarse por la vereda oscura la reconoció como quien encuentra la respuesta tantas veces buscada. Era bella como la tarde que conocería del resto de su vida.
Le observó y ella se estremeció con la misma mirada que tantas veces sintió en sus correrías de mujer destruida y supo que todo acababa esa misma jornada, que ya nada sería igual como la última esperanza que entrega ese lugar que le dio el perdón y la redención en un mismo acto.
Caminaron en silencio, ella le tomo del brazo.
Mientras Roberto del muro siente las voces que comienzan a llenar al lugar, no tienen descanso y no sabe si es la respuesta que buscaba.
Esa madrugada, dan las 3:27 y todo se viene abajo, en unos minutos la tierra cobra la deuda que todos vamos acumulando en nuestra existencia, sin distinguir talentos ni culpables, dejando entre las ruinas un dibujo que ya no alcanzó a ser el mismo joven retrato.
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