De ritos y mazmorras

Es un rito, una mazmorra que levantamos y destruimos con nuestros gestos. Primero el saludo, una indiferente manera de reconocernos, un beso en la mejilla que es la mueca del deseo que completa nuestros silencios.
Luego una distante mirada, la vista puesta en algún punto lejos de sus ojos. Al fin el coqueteo, una segunda oportunidad sabiendo que el camino se libera de ataduras cuando dice que parte conmigo.
Es un rito, la mazmorra de las verdades que no dice. Primero se desprende del pudor, si es que alguna vez en aquella jornada imaginaria la tuvo, y me arrastra sobre su cuerpo como un animal azaroso, entregado al fin de la casería el placer de tener su carne entre mis fauces, y ella ordeña mi alma.
Pálido de sabor del sudor que dice no tener, mentirosa, si el brillo de tus pechos no es mi saliva desatada, es la carne que se acalora hasta la ebullición. Desnudo y desnuda, ya no tengo alma, no tengo palabras, me he quedado sin peso en el cuerpo, soy levedad que se asoma a una ventana imaginaria, más teñida que la mazmorra de su ser, destronada de tanto jugar se ha quedado callada aferrada a mi pecho, silenciosa desmontando las últimas piedras de la mazmorra…

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