Alta hora de la noche. Roque Dalton

Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre
Porque se detendría la muerte y el reposo
Tu voz que es la campana de los cinco sentidos
Sería el tenue faro buscado por mi niebla
Cuando sepas que he muerto di sílabas extrañas
Pronuncia flor, abeja, lágrima, pan, tormenta
No dejes que tus labios lleven mis once letras
Tengo sueño, he amado, he ganado el silencio
No pronuncies mi nombre cuando sepas que he muerto
Desde la oscura tierra vendría por tu voz
No pronuncies mi nombre
No pronuncies mi nombre
Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre

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De las horas en que la memoria trae a los muertos al presente, a los eternos que nunca se van porque nuestra voz los trae una y otra vez, a aquellos que fueron deslenguados con la muerte, que la miraron con respeto pero sin miedo.
Ha sido curiosa la forma en que se dan las cosas, me refiero que se les da sentido en tanto adquieren una dirección improbable si se les hubiese esperado.
La tarde del 5 de junio de 2007, día que celebro mi cumpleaños (evento que le había conversado con él por su amoroso reclamo por ese afán por auto convocar a los amigos en torno de mi persona) fallece Pablo Silva Morvan, amigo y maestro, mi no-padre. Es significativo, pues él siempre pudo suponer que no detendría, ni por culpa; o por que no me daba la gana; o por que el resto de personas me querrían saludar en un día que siento especial.
En fin, la cosa es que de todos los días posibles, en que se podría llorar y sentir la falta, era el día de mi cumpleaños el indicado.
No soy especialmente conciente de lo que podríamos llamar juegos del destino, coincidencias temporales, numéricas y estelares, pero la cosa es que el año 2008, pero el 4 de junio, uno de los grandes amigos de Pablo, el poeta Nasar….., fallecía.
El año pasado me entero que el padre de una mujer destacada en mi vida, también falleció la fecha en cuestión, el 5 de junio.
Celebro, entre otras cosas, porque algún día no estaré. Seré una circunstancia en la memoria –me imagino- de los que sobrevivan, hasta desaparecer finalmente de la voz de los que pronuncien mi nombre. El poema de Dalton era el reclamo de Pablo, el que la memoria del que se ha ido estropea, de alguna forma, la continuidad de algunos que los sobreviven, de los que vuelven una y otra vez a soñar con el ido. Pablo pidió que no lo devolvieran a la vida con el recuerdo, que los procesos infinitos (en nuestra dimensión temporal humana) de la materia asignaban un papel a los vivos y un sentido a los muertos, un equilibrio que nuestra estructura afectiva rompe con el recuerdo.
No pronuncies mi nombre, porque se detendría la muerte y el reposo.
Y devolvemos una y otra vez, separando su ser del lugar en que se encuentra.
La muerte, en todo caso, desde esa tarde de junio de 2007, adquirió un sentido llamativo, una insignia con sentido, mucho más significativa que la muerte de mi padre, que ni recuerdo cuando fallece. Parte de la carga de mi mochila.Por última vez, cuando sepa que he muerto, no pronuncies su nombre.

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