Tarde de medio tiempo
En una tarde de medio tiempo, casi como una catarsis de las horas que he pasado pensando qué debo hacer para estar a su lado.
Tenía algo de estilo su escote pronunciado, un llamado a la persecución infinita a la fuente de su valle. Su pantalón de vestir, negro, ajustado, decorado con esos brillos de noche, con ese glamour de “woman fatale” que me gusta de las películas de los treinta, en blanco y negro, ese de crisis, cine “b”. Y cuando logro tacarle con la punta de los dedos su vientre apretado, desnudo, casi me quemo de terror, como si toda mi estructura corporal se deshace en el intento, supongo que es calor, supongo que es la ansiedad de tenerla entre los brazos, colmarla de esa pasión que debe haber sentido mucho ya, pero creo que lo mío es distinto, cual farsante que se miente entre las sábanas. Todo es una suposición, pues sé que se entrega y me hace sentir dichoso de estar con ella, respirando en mi oído mojado sus secretos húmedos, sus fantasías de niña perversa, sus descalabros de nocturna perdición, y casi la amo.
Una tarde de medio tiempo. El lenguaje no permite perder de vista la razón de una conversación sin destino aparente, incluso en la declaración de un laberinto, una espiral, se tiene que llegar a algún lado. La miro a los ojos, castaños, dan ganas de sacarlos y saborear su dulce condición. No bajo la vista hasta encontrara la entonación: “qué voy a hacer contigo”. Muestra su sonrisa suave. “Quererme”.
Mi mano ya se ha relajado. Entre el jadeo de una música que proviene de las murallas color pastel, ella juega con mi lengua, muerde las comisuras, las partes duras y blandas de la carne se revuelven, se intoxican de su saliva. El pantalón negro ha volado, la blusa escotada se ha perdido entre el infierno de esa tarde de medio tiempo. Los valles de sus pechos juegan entre mis manos. Suplica algo, por favor, suplica que me quede. No me escucha, solo quiere que el fuego se apacigüe. Que la piel suave de los muslos sea consumida por la dicha del pequeño ejército de mi cuerpo, se abren las paredes de su cuerpo.
¿Habré tocado siquiera una esquina de su corazón?
Tenía algo de estilo su escote pronunciado, un llamado a la persecución infinita a la fuente de su valle. Su pantalón de vestir, negro, ajustado, decorado con esos brillos de noche, con ese glamour de “woman fatale” que me gusta de las películas de los treinta, en blanco y negro, ese de crisis, cine “b”. Y cuando logro tacarle con la punta de los dedos su vientre apretado, desnudo, casi me quemo de terror, como si toda mi estructura corporal se deshace en el intento, supongo que es calor, supongo que es la ansiedad de tenerla entre los brazos, colmarla de esa pasión que debe haber sentido mucho ya, pero creo que lo mío es distinto, cual farsante que se miente entre las sábanas. Todo es una suposición, pues sé que se entrega y me hace sentir dichoso de estar con ella, respirando en mi oído mojado sus secretos húmedos, sus fantasías de niña perversa, sus descalabros de nocturna perdición, y casi la amo.
Una tarde de medio tiempo. El lenguaje no permite perder de vista la razón de una conversación sin destino aparente, incluso en la declaración de un laberinto, una espiral, se tiene que llegar a algún lado. La miro a los ojos, castaños, dan ganas de sacarlos y saborear su dulce condición. No bajo la vista hasta encontrara la entonación: “qué voy a hacer contigo”. Muestra su sonrisa suave. “Quererme”.
Mi mano ya se ha relajado. Entre el jadeo de una música que proviene de las murallas color pastel, ella juega con mi lengua, muerde las comisuras, las partes duras y blandas de la carne se revuelven, se intoxican de su saliva. El pantalón negro ha volado, la blusa escotada se ha perdido entre el infierno de esa tarde de medio tiempo. Los valles de sus pechos juegan entre mis manos. Suplica algo, por favor, suplica que me quede. No me escucha, solo quiere que el fuego se apacigüe. Que la piel suave de los muslos sea consumida por la dicha del pequeño ejército de mi cuerpo, se abren las paredes de su cuerpo.
¿Habré tocado siquiera una esquina de su corazón?
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