Crónica: Una noche en Maestra...

En “Una noche en la tierra”, Jim Jarmusch muestra varias historias, en ciudades distintas, desde taxis recorren esas localidades en la misma jornada. Hay noches que recuerdo esa película, en especial la toma inicial, aquella en que la cámara se va acercando desde la altura, entre las nubes para llegar a los personajes.
Esa cámara toma los personajes de esta historia, verídica en todas sus partes sólo tal vez ordenados y contenidos de manera distinta, vistos desde lo alto en la que tres personas se cruzan en un mismo lugar.
Aquella noche, al igual que muchas que la precedían, los habitantes de esta capital rumbera van llegando lentamente, poblando los rincones solitarios del paraje, completando sus ritos de iniciación, sentados en los lugares que han asignado la costumbre o el azar, escuchando las primeras canciones que completarán el tránsito de una noche de salsa en Maestra Vida.
Ya va a dar la media noche. El hombre de la puerta mira con algo de tedio como la seguidilla de rostros que saludan con mayor o menos afecto le va significando un sentido sin mayor expectativa.
Pasan las doce de la noche. Él lee un libro de John Steinbeck, “La Perla”, encuentra que aparentemente tiene un desarrollo no muy complejo y se hace fácil seguirlo entre tanta interrupción. Absorto en la lectura de las penurias del pescador Kino, el que lucha contra las vicisitudes de la existencia miserable y contra toda probabilidad de triunfo.
Con el redillo del ojo siente la mirada de alguien, no extraño para un lugar al que muchos llegan por curiosidad a preguntar las cosas típicas, datos que para los neófitos significan que quieren iniciar el paso por la puerta que les puede conducir a la alucinación de sus vidas.
Finalmente suelta la mirada desde una frase sin terminar dispuesto a contestar lo que él considera una pregunta sin contenido, una redundante manifestación de la indecisión de que su papel en aquel lugar es el de corresponsal, un heraldo que informa de las vicisitudes de ese mundo.
Levanta su mirada casi inexpresiva, sin mayor emoción preparado para responder: valor de la entrada, las mujeres también pagan, no se puede entrar en estado de ebriedad, etc. Pero su vista se posa en la mirada de un hombre, calcula que debe estar cerca de los cuarenta años, moreno, de estatura media, vestido de manera sobria, de esos personajes que van a medio camino de oficinista en busca de una aventura que llene sus vidas solitarias o cansadas de la contaminada ciudad. Pero hay algo distinto en ese sujeto, algo que no sabe como describir.
“Buenas noches…”
“Sí, buenas noches, dígame..” le contesta seco el hombre de la entrada.
“mire, le puedo pedir un favor ?… se que es difícil lo que le voy a pedir…”. Ya ha logrado interesar los sentidos del portero, que ha dejado a un lado el libro sin siquiera marcar la hoja.
“Resulta que la niña que está allá es mi hija” hace un ademán con la cabeza de manera tranquila, casi una reverencia, como si apuntara con el dedo fuera una ofensa a algún interés superior.
El portero mira hacia el árbol, un plátano oriental que tanto detesta en el inicio de la primavera y que ha acompañado a miles de paseantes en los quince años precedentes.
Efectivamente se ve una joven, adolescentes, calcula no más de 15 años, que se encuentra casi a la sombra del farol de luz amarillenta de la calle. No hace movimiento, solo mira a cierta distancia la conversación de su padre con el sujeto de la puerta.
Finalmente suspira, como su estuviera a punto de hacer una declaración intima, una revelación de alguna magnitud. Su vista no deja de escudriñar el rostro de su interlocutor.
“Será 17 años que conocí a mi mujer en este lugar, sabe. Y fue cuando éramos muy jóvenes, ella venía con unas amigas de la universidad y yo la vi bailar. Llegado el momento me decidí y le pedí acompañarla en la canción, era una Rubén Blades. En esos años la Maestra era mucho más pequeña, casi una cápsula de libertad. Ud. no se debe imaginar, fines de dictadura un lugar donde se respiraba libertad, todos nos encontrábamos para contar la aventura de esperanza. En fin. Menos de un año después nos casamos y nació nuestra hija bella, ve la que está ahí”
Hasta ese punto al portero le parecía una historia entretenida y emotiva, pero que ya la ha escuchado en boca de otros. Un lugar como Maestra tiene un montón de eventos en que se cruza casi de manera mágica la historia y el mito.
“Resulta que hace algunos meses mi mujer ha fallecido. Aún estamos viviendo el dolor de su partida…” se detiene un minuto, tal vez esa revelación en sí misma a un hombre que no conoce, que está parado haciendo su trabajo ni siquiera le debiera importar mayormente esa revelación.
El portero está pensado, son esos momentos los que le dan sentidos a las cosas que se hacen, que van más allá a la supervivencia, a la arrogancia, o al poder pequeñito del dictado que llevamos dentro.
El hombre suspira y continúa.
“Sabe, mi hija quiere conocer este lugar, solo por un momento mirar el sitio donde sus padres se conocieron, donde su propia historia se inició, el parpadeo de un segundo, la mirada que fue devuelta y se convirtió en un baile, un abrazo, una caricia, una vida… le pido ese favor, pues sé que los menores no pueden entrar, pero le pido que haga la excepción”
El portero se rascó la pera, pensaba en lo difícil que debe ser perder alguien tan importante en la vida. En realidad no mucho sentido toda la explicación, pues es de suyo que nada puede detener el llamado de la fuente.
“adelante, pase con su hija” fue la sentencia, lo intentó decir de manera humilde, sin pretensión del poder pequeño que en otras ocasiones impone como barrera, ahora está desarmado.
La joven agradece con una suave voz. Abren la mampara. Adentro ya ha comenzado el baile, cada cual con su ocasional cada cual, conversando o haciendo lo suyo sin saber que en ese momento otra magia se produce a unos metros, en la que una niña ve el lugar donde todo partió.
Adquiere más sentido “Maestra Vida Camará, te da te quita, te quita y te da..”

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