Sobre El niño Proletario

Es intenso y repugna. Será la asepsia que reclamo de los que miran el dolor desde la cómoda posición de observador tele-vidente.
Me dice Rebeca –sonó casi un reproche- que hace algún tiempo ando leyendo cosas que me hacen sufrir. Que la novela gráfica, que el del pianista sin tierra, que los presocraticos, que Pessoa, y que se yo.
Tal vez tengas razón, me estoy hiperventilando de sufrimientos, de las cosas que le dan el in-sentido al mundo, la degradación de la condición humana, la perdida del poco de esperanza que aun queda dando vueltas.
Pasé en la tarde a un almuerzo al departamento de la Ju. Me cuenta que tiene que preparar un ensayo sobre un cuento de Osvaldo Lamborghini “El niño Proletario”, y resulta que la bella me tiene la bofetada en hoja de papel, ya impresa al final de la sobre mesa, el postre que disfrutaré mientras voy a la casa pensado en los Mapuches Lafquenches que fueron expropiados, o en los limites de la tolerancia del sistema que nos ahoga. Nada. Nuestra frustrada y maravillosa primavera es comida para el vomito repugnante, la muerte de los niños proletarios, mil veces violentados de maneras tanto o más brutales que las relatadas en el texto en cuestión, manifestación de la podredumbre de la élite –todas las que detentan algún grado de poder, luego ¿el problema es el Poder?.
Permite una lectura desde muchos ángulos, con gritos desesperados por una explicación razonada que sea más que la del comportamiento animal del Ello, que sea, por ejemplo, una alegoría política vigente desde siempre, pero que en las actuales condiciones de desesperanza que asoma con fuerza al panfleto que no tiene oídos en el siglo XXI. Menuda actualidad la de las cuatro hojas impresas en papel formato carta A-4 y que deslizo bajo la puerta de los que quieran consolarse de su propia condición. Yo fui El niño Proletario, le digo con cierto facilismo a la Ju –ya entrando al debate telefónico por la noche- y que ese niño son muchos que son violentados por el impulso animal depredador del poderoso. Ella reclama, con un realismo tierno, que el bien y el mal no son el problema, que el dilema está en el deseo que pudiera provocar –no lo dijo así, pero de alguna forma tiene que ir- el Poder.
Estoy en un atolladero. Y El niño Proletario sigue suplicando…

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