La Guerra, la noche y la esperanza.

Huitzilopochtli (el colibrí del sur) para los aztecas, Mitra (“contrato”, ley y orden) para los persas, Puron para los eslavos y cuantas otras divinidades y dioses se asimile a la guerra. Cada cultura tiene su manera de simbolizar la guerra: fuerza, crisis y muerte. En nuestra globalizada modernidad ha asumido una variada gama de formas, creando estereotipos que ayudan al Poder a “preparar” la población para entrar en combate.
Roque Dalton escribió: “La guerra es la continuación de la política por otros medios y la política es solamente la economía quitaesenciada” (Materiales para un poema).
Clausewitz fue quién acuñó esa máxima utilizada por muchos en un sin fin de contextos: "guerra es la continuación de la política por otros medios". Y luego los adultos pedimos a niños y jóvenes que se comporten de manera “sería” y “respetuosa”, en un completo contra sentido cuando la violencia y la muerte es un discurso recurrente entre los Estados o para la resolución de la conflictividad. No es que estemos atados a las figuras de la guerra y al horror de la muerte que provocan los bombardeos preventivos, quisiera pensar aún que el ser humano puede contener su impulso de destrucción en aras de una paz que permita el desarrollo armonioso, es lo que realmente desearía. Creo que desde ahí se puede construir un discurso que pida –y enseñe- comportamientos cívicos, de respeto a los otros como pares que tienen la aspiración y el derecho de vivir paz.
No quisiera, en todo caso, que quede la idea que aspiro a oponerme a raja tabla la manifestación de la resistencia a la injusticia, la opresión o el delirio de la autoridad, u otra forma de poder. Creo que se debe aspirara a la resolución desde el conocimiento del otro, pero cuando se está en imposibilidad por que el otro simplemente a constituido una imagen tan cerrada y acabada de uno. Recuerdo que en alguna cátedra de Carlos Pérez Soto planteaba que las verdades desde la clausura del otro en una especie de absolución de esa verdad hace de ese enfrentamiento imposible de resolver, sino es que se aplica la fuerza. Colocaba el ejemplo de Pinochet, que a pesar de todo lo que cualquiera quisiera reprocharle, siempre tendría la absoluta convicción de que lo obrado fue en aras del bien superior, jamás reconocería ni error ni exceso. Lo que digo es que uno siempre debe aspirar a resolver los dilemas por la vía pacifica, con tolerancia, buscando la transformación de las posiciones antagonicas, pero ese enfoque no debía permitir que la fuerza del otro no permitiera que uno se defendiera ante el mal Poder.

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