Septiembre y fin.

Septiembre. Y llega el fin del invierno, el clima se hace más benigno con los habitantes de está parte del planeta, pero a la vez tiene de tanta contradicción, dañino dolor que no se soporta, o de pronto es solo el reflejo de un tiempo oscuro y tortuoso que todos esperamos que no regrese, nunca más.
La semana pasado en la Maestra se cumplieron dignos 18 años de rumba –fue el miércoles 06 la fiesta- y desde ese momento de alegría al domingo de marchas y velas encendidas en las veredas de Chile en memoria de los que nunca debieron partir, y un muchacho me pregunta por que en la madrugada del lunes 11 –igual se abre para intentar compensar tanto año de celebración, digo yo- que son esas velas en el frontis del local. Yo le quedo mirando, esperando que él caiga en la cuenta de la fecha. Silencio. Pues le explico, mierda que le tengo que decirle sobre el once –nuestro minuto de silencio que no tiene mucho que ver con el de los yankis. Si perdón, me dice. Que más da, si en cosa de una década tal vez ni mi hija lo tendrá que conmemorar. Espero que me equivoque.
Pero el caso es que entre la celebración feliz de la vida y la memoria digna de la oscuridad de avanza en septiembre. Mes que nos regala una oportunidad para desprendernos de la carga de calor que muchos guardamos en los meses de frío.
Bienvenido mes que saluda el tibio aire de la vida, al fin llega la primavera.

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