Días de Furia.

UNO. La proyección de ciertos símbolos de la historia norteamericana se instala como parte del propio relato de las comunidades que están bajo su influencia. El modelo de la democracia liberal no es solo la instauración de símbolos de participación política, es además una serie de elementos culturales que se apropian de las maneras en los territorios en “ocupación” –vale tanto para las de carácter militar y la gran mayoría que tiene un carácter sutil y que se basan en la industria del entretenimiento. De igual forma, cuando es la critica que emana desde las entrañas del sistema, situando un sentido de equilibrio entre la nomenclatura oficial y el pensamiento “critico”, está íntimamente ligado a las reglas del juego “democrático”, pero que de igual forma solo es capas de canalizar una especie de conciencia de lo debido que inhibe la acción política que debería ser el paso siguiente en esta dinámica (Armand y Michèle Mattelart; Ignacio Ramonet; Frances Stonor Saunders). Todo se hizo más evidente desde septiembre de 2001. El poder oficial aseguro una apertura a métodos de control que hasta ese momento eran mucho más sutiles.

DOS. Todos conocemos, más o menos, el caso de Watergate. Nos hemos educado con un sin numero de producciones y literatura referida al poder de la democracia y de los medios de comunicación sobre la naturaleza de los actos de gobierno, la limpieza de la participación y el papel de la prensa para contrarrestar los abusos de poder. Esta podría ser una de los tantos productos que sitúan la trama a principios de la década de los setenta. La era de la oportunidad, cima de los valores que impregna el “sueño americano”, se ve refrendada una vez más en este relato. Y no es que cuando la hegemonía cultural de USA se hace más patente en la manera de enfrentar ciertos dilemas éticos, que nos damos cuenta que el ser humano debe estar siempre al centro de nuestras maneras, de los modelos y herramientas para lograr los objetivos que las sociedades se imponen.

TRES. Sean Penn es Sam Bicke, un sujeto siembre al limite de lo que para un observador descuidado sería patético, un fracasado que habla por los millones que están a la orilla del camino –aquí se hace pertinente la pregunta de lo universal de frustraciones en la condición humana. Pero de pronto el relato muestra el perfil de un hombre que habla desde una ética de lo posible, de la manifestación del deseo de la búsqueda de un mundo que sea capas de contenerlo, junto a otros que están marginados –las escenas que muestran la discriminación racial-, mundo que adicionalmente se encuentra convulsionado por la corrupción, tanto en el ámbito domestico –su trabajo de vendedor, o su ex mujer (Naomi Watts en el papel de Marie Bicke) como en el aparato público. Parece que lentamente Sam se ve arrastrado a resolver un dilema moral, de que manera se puede hacer que el mundo se entere de lo que para él es evidente, de la corrupta manera que tiene el sistema para tratar la honestidad. Comienza a fraguar un acto que lo impulsará a destruir el símbolo de todo los males, al que es a la vez el vendedor de tanta mentira –el dialogo sobre las ventas de Nixon al pueblo- es clarificador.
Un reparto de lujo y un guión bien armado. Buena.

CUATRO. Como manera de situar esta película en el actual contexto de la sociedad norteamericana, se realizo previa a su exhibición una campaña crítica de sectores conservadores que le achacaban una apología a los malos ciudadanos, al fracaso y la sombra sobre el terrorismo como manera de resolución de conflictos. Se argumento que los ciudadanos no querían ver sombras cuando estaban en guerra contra el mal. Puede ser que algo de eso logro su acometido, el film no alcanzo a recaudar un millón de dólares –una minucia considerando el costo de producción, incluso para una de carácter independiente como ésta.

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