CODEPU: 45 AÑOS DE LUCHA POR LOS DERECHOS HUMANOS
CODEPU nace el 8 de noviembre de 1980, a siete años de iniciada la dictadura. En su origen funcionó en el número 1990 de calle Grajales, en una antigua casa de ese barrio residencial. Aquel espacio fue desde el principio un lugar para asistencia judicial, y apoyo a los perseguidos de la acción del estado: sobrevivientes, compañeros de las víctimas, y familiares de prisioneros políticos.
Dos meses antes de la apertura de CODEPU, la Dictadura había realizado una consulta para promulgar su Constitución, esto mientras regía el estado de excepción en todo el territorio nacional, los partidos políticos estaban sometidos a un estricto receso impuesto por la fuerza y no existían registros electorales fiables, pues los existentes hasta 1973 habían sido incinerados.
En esa etapa, ya se había dado el primer esfuerzo
por institucionalizar la impunidad: en abril de 1978 la Junta Militar había
dictado un decreto de autoamnistía con la finalidad primordial de beneficiar a
los miembros de las fuerzas armadas y los organismos de seguridad involucrados
en las violaciones de derechos humanos.
La Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) se transformaba en Central
Nacional de Informaciones (CNI) dado que la primera, desde la perspectiva del
régimen, había cumplido su labor y la dictadura, tras los atentados en contra
de Carlos Prats, Orlando Letelier y Bernardo Leighton le puso término a su
existencia, lo que no significaría en caso alguno, el cese del terrorismo de
Estado.
No obstante, el poder casi omnipresente del
aparato represor no había impedido que hombres y mujeres ejercieran actos de
resistencia y rebeldía, incluso a riesgo de sus vidas, por lo que se habían
generado una lenta y creciente acción de los sectores más avanzados y
organizados del mundo poblacional, estudiantil y sindical. Además, era evidente
que a pesar del miedo, políticamente existían signos públicos de descontento
con la situación, y se alentaban manifestaciones cada vez más frecuentes,
siendo las primeras movilizaciones, las de agrupaciones de familiares de
víctimas de la represión, que acrecentaban la denuncia y concitaban la
solidaridad y el apoyo social. Es en
este marco que hacia fines de la década de 1970 irrumpió con mayor frecuencia
la “resistencia armada” y el régimen respondía con Consejos de Guerra y
condenas de penas de muerte.
CODEPU es resultado de estos procesos sociales y
políticos que cuajan en una organización con una identidad de urgencia, pero a
la vez con una misión amparada por el despliegue de militantes del mundo social
y profesionales, donde la acción popular en poblaciones y espacios de actividad
diversa se desplegaban como testimonio de resistencia y esperanza, que pudiera empujar
el fin de la dictadura, bajo la noción que solo el pueblo está en condiciones
de defender al pueblo. Es así como la casona de Grajales se transforma en un
espacio de concurrencia de familiares de víctimas, sobrevivientes y compañeros
de la lucha social, con la asistencia de profesionales democráticos de
distintas disciplinas, además de activistas de organizaciones sociales pretendiendo
no solo una defensa mancomunada, sino también en el horizonte generar y crear
un orden social más humano y justo.
CODEPU fue construyendo una noción de los Derechos
Humanos más amplia respecto a los enfoques que tenían otros organismos de
defensa y asistencia, en un momento que se daba el debate sobre acciones de
“conciencia” contra el régimen, y aquellos que eran denominados como “hechos de
sangre”, una distinción que separaba inmediatamente los actos de resistencia
que tuvieran una connotación activa contra el régimen. En este sentido CODEPU
entendió que toda acción de resistencia, sin importar su carácter e impacto, y
ante la existencia del desafío de sobrevivir la represión de agentes del estado,
eran acreedores de defensa, en una perspectiva doctrinaria progresista y
radical, en un contexto internacional que no veían solo los derechos humanos
como restricción de derechos civiles y políticos, sino que introdujo la
perspectiva de los derechos de los pueblos, el derecho a resistir a las tiranías.
El primer Directorio de CODEPU, lo presidió la
abogada Fabiola Letelier del Solar, y estuvo integrado por Fernando Castillo
Velasco, Manuel Almeyda Medina, Juan Pablo Cárdenas, Fernando Zegers Ramírez,
María Maluenda Campos, Rafael Maroto Pérez y Blanca Rengifo Pérez. Posteriormente se integraría la destacada
médico Paz Rojas Baeza, que le imprimió un sello distintivo de gestión
ejecutiva orientada en los principios que se habían definido en ese periodo.
Desde aquella temprana actividad, CODEPU se
preocuparía de manera urgente a la defensa jurídica de presos políticos, así
como a la promoción de la formación en derechos humanos desarrollando, además,
una línea investigativa y denuncia de los efectos de la tortura por parte de
los organismos represores, elaborando y entregando informes a organismos
internacionales, que permitió alertar sobre la dramática situación que se
vivía, y la elaboración de un Boletín Informativo que jugó un rol central ante
las restricciones y la censura impuesta. Desde el punto de vista
organizacional, logra desplegar orgánicas hermanas con sedes en las principales
ciudades del país.
Esta intensa y decidida actividad entró en el
radar de los organismos represivos, lo que significó que el 25 de octubre de
1982, CODEPU enfrentara una incursión represiva, con un violento allanamiento
que pretendió paralizar e impedir continuar sus labores. Fueron detenidos once
personas que se encontraban en el lugar, entre ellas la religiosa Blanca
Rengifo y el, por entonces, dirigente universitario, Jécar Neghme quien hacia
fines de esa década sería asesinado siendo dirigente del MDP y del MIR, el 4 de
septiembre de 1989. Lo ocurrido en la
casona de Grajales, era la muestra que CODEPU, a través de su trabajo no solo
se instalaba como un referente de la defensa de los derechos humanos, sino que
generaba incomodidad a la autoridad, y la reacción, a pesar del miedo y el
dolor, fue que seguirían cumpliendo sus labores.
Al tener una presencia activa en el devenir de los
esfuerzos por denunciar, asistir y empujar el fin de la Dictadura, hubo hitos
significativos que expusieron la voluntad para generar esos cambios. El 11 de
octubre de 1983, se realizó una multitudinaria concentración en avenida General
Velásquez, donde la oradora principal fue Fabiola Letelier. Se estaba en presencia de un acontecimiento significativo
y precursor de una nueva etapa en la lucha por la libertad y la democracia. Al
acto concurrieron alrededor de 130.000 personas representando un hecho nuevo en
esos diez primeros años de dictadura. Se reunieron los sectores de oposición
que ya venían impulsando las protestas nacionales y todos coincidían, por
entonces, en un objetivo político y urgente: la salida de Pinochet, la demanda
de democracia y la exigencia de Pan, Trabajo, Justicia y Libertad.
Pero el puño represivo de la Dictadura tenía
preparado otro golpe al corazón de CODEPU. El 2 de julio de 1984, es asesinado
Patricio Sobarzo Núñez, secretario ejecutivo de la organización, mientras respondía
a un llamado de auxilio de familiares de una víctima, al que la CNI había
herido a bala en un incidente en la comuna de Macul. Patricio había intentado
sacar al herido en su vehículo, pero fue identificado por el comando de
exterminio, encabezado por Álvaro Corbalán Castilla y en el sector de rotonda
Departamental fueron abatidos. En la memoria del sacrificio de este mártir de
la defensa de los derechos humanos, cada año se le recuerda como ejemplo del
compromiso de CODEPU.
La segunda mitad de la década de 1980 fue intensa,
con miles de acciones de asistencia, entremedio del asedio permanente de los
agentes represores, hasta el plebiscito de 1988. CODEPU alentó una vía política
en la que debía estar al centro la libertad de las y los presos políticos, el
fin de los estados de excepción y el exilio, el conocimiento del destino de
detenidos desaparecidos, el juzgamiento de los criminales, la identificación del
apoyo civil de la Dictadura y el cumplimiento de un programa que devolviera la
dignidad arrebatada al pueblo. El fin de ese periodo fue muchas cosas
contradictorias, y los cambios fueron lentos, pausados por la entrada de una
nueva generación de dirigentes que habían pactado la transición, CODEPU siempre
se colocó detrás del horizonte: Juicio y Castigo, el reconocimiento de las
víctimas, y el anhelo de NUNCA MÁS.
La transición, con su política en “la medida de lo
posible” fue exponiendo las contradicciones de un sistema que se había
consolidado a fuerza de dolor y muerte. Esta perspectiva arrastró muchas
voluntades, que asumieron el estado de las cosas con resignación. Pudo ser
signo de ese nuevo tiempo el traslado de las oficinas de la organización a
calle Paseo Bulnes, a unas cuadras del poder institucional, una forma de
reconocer una “normalidad” de los procesos políticos.
En todo caso, hacia mediado de la década del 2010,
CODEPU vivió una crisis que se podría denominar de “vacío”. La impunidad ganaba
en muchos ámbitos, el intento del olvido era la forma de las nuevas élites
tenían para ejercer el poder, y estuvo a punto de cerrar. Pero la historia y el
pueblo tenía deparada un último desafío.
Octubre de 2019 fue un punto de inflexión, donde
la herramienta organizacional de CODEPU se tensó una vez más ante la urgencia y
lo dramático de los hechos. Para muchos de los antiguos militantes y activista
fue el reconocer en ese estado de permanente asedio y violencia institucional,
en que agentes de estado señalaban al pueblo como el “enemigo” de una guerra,
la memoria y la cultura de resistencia surge para nuevamente colocarse a
disposición de las víctimas. Fueron cientos las atenciones: traumas oculares,
torturas y vejámenes, prisión política, represión masiva a la protesta social.
Las oficinas de CODEPU se abrieron, asistencia jurídica en decenas de
acompañamiento en comisarías, audiencias de control de detención, juicios como
querellantes o defensores de criminalizados; por otro lado la asistencia
sicosocial, indispensable para el apoyo de las víctimas de la violencia
estatal; o del monitoreo, denuncias de los atropellos de los derechos humanos,
colaboración en informes internacionales, todas tareas que se han asumido por
nuevas generaciones de activistas y profesionales.
El horizonte no se observa de modo auspicioso. El
negacionismo activo, que pretende retroceder los tímidos avances que se han
logrado en estas tres décadas en materia de verdad, justicia, reparación y
garantías de no repetición están absolutamente entredicho. En las últimas
semanas hemos conocido algunas propuestas electorales, los herederos políticos
de la Dictadura hablan de “justicia es venganza”, “indultar a los presos de
Punta Peuco”, “cerrar el paréntesis 1973-1990”, entre otras formas de
revisionismo.
En este 45 aniversario, CODEPU debe seguir siendo
un instrumento de las luchas del pueblo, la defensa de los derechos humanos, y
la búsqueda de verdad y justicia.


