Sergio Muñoz Riveros, el 18 de octubre y la versión fácil -e interesada- de una revuelta

A medida que pasan los años, el 18 de octubre de 2019 se aleja como contingencia y crece como hito histórico, que se calibra como la mayor manifestación de una crisis, profunda y estructural, que vivió Chile, expresión del desfonde del sistema de representaciones políticas y del modelo de desarrollo vigente en Chile desde la década de 1980.

Sobre aquel proceso, para un importante sector de la población ha ido adquiriendo distintas significaciones que van en una paleta de referencias, desde la épica de la revuelta, a la expresión llana del malestar, siendo la del 25 de octubre la jornada de movilizaciones más concurridas en la historia, con millones de personas en las calles. En estos años todo aquello a entrado en la disputa por su sentido genuino, rebelión, un hecho social total o descontento dentro de los márgenes de la “manifestación legítima”, o para las élites simplemente delincuencia desatada.

Hace algunos días, Sergio Muñoz Riveros -un exdirigente comunista devenido en comentarista de derecha- le fue publicada una columna en El Mercurio, en la sección editorial, en que una vez más, lanza una serie de afirmaciones y conceptos que van en la línea de la especulación sobre los hechos que siguieron a la revuelta de octubre de 2019. Si uno revisa su “producción” sobre este tema, desde hace algunos años ha sido elevado al sitial de quien porta con una intuición que coincide con las más delirantes interpretaciones para “entender” los hechos que estuvieron en torno a la fecha, en que es relevada la violencia iconoclasta como el elemento central de la movilización, sin observar todo el proceso, la violencia simbólica que ejerció la autoridad en torno al descontento social, o la represión sobre la movilización de los estudiantes por el alza del pasaje del metro, todo lo que fue añadiendo elementos a un estado de ánimo de hastío que dieron el resultado que conocemos.

La columna lleva por título “18 de octubre: merecemos toda la verdad”. En esta, el autor afirma que las “manifestaciones pacíficas” no fueron el signo del periodo, sino fue la destrucción iconoclasta, una de tal magnitud que debe ser explicada como la “vanguardia de un alzamiento”, esto casi como exclamación que permite girar la atención hacia la idea de una intentona golpista, cerrando la especulación con una pregunta: “¿es válido considerar la hipótesis de que, en la génesis de esta agresión, pudo haber actuado otro Estado?”. Luego se lanza con el consabido registro de Venezuela, Diosdado Cabello y el eje del mal, en fin, nada muy novedoso en todo caso, pues son recordadas las declaraciones de Piñera: “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso”, muy consistente como chivo expiatorio, pero que en vista de la magnitud de la revuelta, es más probable que su sentido tenga otra profundidad, lejos de la hipótesis “delincuencial” que se pretende validar.

Por suerte en estos años se ha dado una extensa producción reflexiva, contando con una larga lista de obras que divulgan desde experiencias personales y colectivas, a elaboraciones teóricas y periodísticas. Solo mencionar el trabajo de investigación de la periodista Josefa Barraza Díaz y el forense Carlos Gutiérrez Ayala “¿Quién quemó el metro? Las revelaciones de una investigación periodística y forense” (LOM, 2023) que se esmeraron en construir, a partir de extensa documentación, una verdadera hipótesis sobre los vacíos del proceso y los hechos de violencia, y que apuntan en la dirección contraria de la que especula Muñoz Riveros.

Pero claro, un columnista excomunista suena más consistente que investigaciones y reflexiones sobre contextos sociales y políticos, cansancio social, y violencia simbólica. Sobre este último elemento, que desarrollan extensamente Pierre Bourdieu y retoma Slavoj Žižek, pueden ser útiles para describir un estado de cosas más cercano del ambiente subjetivo de las semanas previas.

Alza del precio del valor del viaje del sistema de Transantiago; aumento del valor de bienes de primera necesidad; baja del precio de las flores reflejado en el IPC; filas para conseguir una hora de atención médica en el sistema de salud. Cada uno de estos hechos fueron replicados por las autoridades con lo que habitualmente se usa, el “ingenio” comunicacional de quienes, es evidente, nunca han tenido que lidiar con aquellas situaciones: transite en horario valle; ahorre; aproveche y compre flores; la fila es un espacio de socialización popular. Todo esto es violencia simbólica, normalizada pero que en esas semanas comenzó a evidenciar el malestar, que empujado por cientos de estudiantes secundarios abrió el paso a una “contra violencia simbólica”.

En lo que sí podríamos estar de acuerdo con Muñoz Rivera es que los partidos progresistas, en un primer momento, fueron testigos, en esto no hubo ni conducción, ni capacidad de reacción, fue pura energía destituyente, algo que se ha legitimado en este último año por cientistas sociales, el ascenso de movilizaciones populares (de Nepal a Perú) inorgánicas, sin liderazgos claros, pero que logran presionar a las autoridades por cambios, son una constante en la era de las comunicaciones instantáneas, pero que detrás está la fuerza incontenible de la población que reclaman por mejorar la existencia, algo que a esta altura, en Chile, aún está pendiente. 

 

 

El Mercurio, 11 de octubre de 2025

 

 

 

 

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