Héctor Germán Oesterheld, "El Eternauta", un autor y un cómic latinoamericano
El guionista Héctor Germán
Oesterheld, secundado por el dibujante Francisco Solano López, crearon la obra
“El Eternauta” en 1957 para la revista de cómic argentina “Suplemento semanal
de Hora Cero” de editorial Frontera.
Originalmente la historia fue
pensada por Oesterheld como una serie, con estructura de capítulos que iban
avanzando periódicamente que terminaba cada entrega con un tácito “continuará”,
tensionado como un “cliffhanger”, que permitió que el lector volviera
cada semana por el avance de las aventuras de Juan Salvo “El Eternauta”, y su
camino por constituir la resistencia de aquel variopinto grupo de
sobrevivientes, en una historia que se extendió por dos años hasta la conclusión
en septiembre de 1959.
Fernando García y Hernán Ostuni
señalan sobre esta obra: “…comenzó siendo una historieta corta, de apenas
setenta cuadros. Y terminó siendo un largo y apasionante periplo.”,
agregando que fue la mayor historia de ciencia-ficción escrita al sur del mundo
(Revista Latinoamericana de la Historieta, n° 7, 2002).
Por sus características narrativas
y calidad del trazo, no parece sorprendente que aquella obra mayor del cómic
latinoamericano, con repercusiones que la incorpora en el canon del género
mundial (Paul Gravett, lo agregó entre los 1000 títulos esenciales del noveno
arte), sea expresión de la imaginación febril de Oesterheld para construir
semanalmente el guion que Solano López transformaba en viñeta, historia que hoy
es ampliamente comentada por efecto de la versión que ha sido recientemente estrenada
por Netflix.
Por alguna razón que tiene que ver
con la urgencia de los tiempos, o por la densidad de los personajes que
retratan una aventura fantástica sobre “atemporalidad” y sobrevivencia humana, hoy
adquiere una inquietante vigencia, ese tono apocalíptico que parece más propio
de las nociones estéticas y políticas del norte hegemónico, de gran influencia
cultural, se instala como una referencia reconocible para los habitantes del
sur global.
Sobre esta obra, que de algún modo
siguió la suerte de su padre intelectual, es la representación de las tenciones
políticas y sociales del siglo XX -la Guerra Fría-, pero por arte del mainstream
se han actualizado como un concepto absolutamente contingente, en una coyuntura
en que las distopías se asumen como algo cierto y al alcance de esta generación.
La tragedia personal y humana de Héctor Germán Oesterheld —su
detención, cautiverio y desaparición forzada, junto con la de toda su familia
(hijas, yernos y nietos; solo sobrevivió su esposa, Elsa Sánchez)— a manos de
la dictadura militar argentina en la década de 1970, evidencia que estamos ante
un artista de profundas convicciones políticas. Hacia fines de los años
sesenta, esas convicciones lo llevaron a militar en la organización Montoneros,
y con el tiempo su personaje “El Eternauta”
se transformó en un símbolo clave para el estudio y la reflexión sobre la
memoria política en Argentina.
En “Cómic y memoria en América Latina” (Cátedra, 2019),
Edoardo Balletta analiza especialmente el trasfondo performativo de esa memoria
en la obra de Oesterheld, señalando cómo su producción creativa se convierte en
una forma de identificación activa con su ideario radicalizado, en un contexto
histórico marcado por la violencia política y la represión.
Aunque “El Eternauta” fue concebido una década antes —y por
tanto, no determinada por esa militancia—, sostengo que las preocupaciones de
fondo del autor ya estaban presentes: la convicción de que la salvación de la
humanidad no reside en los héroes individuales, sino en la fuerza de una
comunidad organizada. Esta visión, que atraviesa la obra original, es también
la que intenta recuperar su reciente adaptación en formato de serie de streaming.
Para algunos analistas, “El Eternauta” representa la expresión
de una lucha permanente e inconclusa: el salto en el tiempo, la imposibilidad
de cerrar una guerra contra los invasores —los “Ellos”—, entidades
incontenibles, se convierte también en una metáfora de la lucha del propio
autor.
Oesterheld logra plasmar, ya desde esa primera versión del
personaje, una mirada histórica anclada en las vivencias de hombres y mujeres comunes,
atravesados por el contexto y complejidades del desarrollismo argentino bajo la
influencia del peronismo.
Así como personajes de la cultura popular del cómic, en Chile,
Condorito o Pepe Antártico, desde el humor, supieron retratar el pulso social y
político de su época, “El Eternauta” se inscribe en esa misma tradición de
ficciones que dialogan con la historia desde lo cotidiano, lo colectivo y lo
simbólico.
Pero al autor que reseñamos tiene
ribetes particulares que se van profundizando con los años. La experiencia como
guionista y editor de Oesterheld con el barco insigne de editorial Frontera,
una iniciativa que desarrolla en un primer momento como una cooperativa de creadores
de historietas, con una estela de personalidades del noveno arte que se
encontraban en Argentina desde la década de 1940, como Hugo Pratt y otros,
permitió que existiera un hábitat creativo que no se ha repetido en la historia
del género en este continente nunca más.
Hay que puntualizar que hubo una
segunda parte, “El Eternauta II” de 1976, guionizada también por Oesterheld.
Judith Gociol y Diego Rosemberg en “Historia del Humor Gráfico en Argentina”
(Milenio, 2015) señalan que esta parte, publicada poco antes que el autor fuera
secuestrado, fue menos lograda desde el punto de vista de su estética, también
fue dibujada por Francisco Solano López,
pero si logró una mayor coherencia política, en tanto el guion da un giro en
torno a las representaciones de los antagonistas de la resistencia: esta vez es
la burguesía y el imperialismo.
Entremedio, en 1969 Oesterheld, esta vez con dibujo del uruguayo Alberto Breccia,
hizo un intento por reescribir la historia, influido abiertamente por su
militancia, pero fracasó por efecto de las mismas tensiones que se vivían en
Argentina.
En la preparación documental de
esta columna, en todo caso, no logré dilucidar fehacientemente un mito que
escuché alguna vez, que Favalli (físico y amigo de Juan Salvo), en la versión
original de 1957, para su dibujo sirvió de modelo el en ese momento senador
Salvador Allende. Cada vez que miro las viñetas en que aparece el físico, no
puedo dejar de pensar el nuestro héroe, que sí fue capaz de soñar la
construcción de un país de forma colectiva.