David Lynch, un creador que dejó una obra crítica al capitalismo

Haciendo memoria de la primera vez que vi “Twin Peaks: Fuego en el cuerpo” (1992) de David Lynch, fue en una matiné en el cine Normandí ya emplazado en calle Tarapacá. Tendría unos 20 años y estaba en una búsqueda incesante de identidad, y encontrar aquella película enredada y visualmente intensa -con escenas barrocas potenciadas por la música hipnótica de Angelo Badalamenti- fue simplemente una implosión, dentro de mí algo se activó.

Luego me enteré que aquel film era la precuela de una serie que se había transmitido unos años antes por canal 13 de televisión, que no la vi porque quizá estaba más interesado en tareas político partidistas que en dejarme sorprender por un culebrón que describía la investigación de un asesinato, de una delicada y transparente Laura Palmer, en ese pueblo de la frontera norte de EEUU llamado Twin Peaks. Pensándolo hoy creo que se debe admitir que el canal de TV de la Universidad Católica tuvo el mérito de apostar por aquella obra -emitido en trasnoche-, puedo especular que pretendía señalar el sentido de apertura de la “postdictadura”, en la que los adultos con “criterio formado” pudieran contemplar los bordes de la maldad, dicho así hoy no parece gran cosa, pero a principios de la década de 1990 era casi una osadía.

El asunto es que desde esa época, con esa película que contemplé una decena de veces, se creó una urgencia que ha recorrido mi existencia: comprender el Símbolo, una pretensión que el tiempo me obligó a moderar, pues es una improbable posibilidad en la vida de un ser humano, pero en esa etapa, y de por medio aquel sesgo cognitivo “Dunning-Kruger”, tenía la sospecha de estar a un paso de desentrañar los secretos de cada gesto del agente Dale Cooper, o en la manera en que se descarrilaba aquella vida familiar, pública y ejemplarmente vistosa de los Palmer, y cuando se mostraban las imágenes oníricas podría descubrir las claves de ese crimen inminente (lo sabíamos porque ya sabíamos de la serie) en fin, esa película me abrió la vista.

Se debe advertir, en todo caso, que en parte la complejidad de aquella película pudo estar en que el corte final determinado por el estudio dueña de la idea, ABC, fue editada en contradicción del deseo del director, y en ella se ve parcialmente lo que quiso mostrar Lynch.

He sentido la muerte de David Lynch y supongo que es necesario mencionar estas cosas que he pensado en estas tres décadas de militancia lynchiana, sobre una estética y subjetividad que desde este punto solo crecerá hasta el infinito.

Porque además Lynch fue el creador de un universo descollante de referencias estéticas que exponía en sus obras como pesadillas, -talvez su film más convencional de toda su filmografía es “Una historia sencilla”- es decir, sueños que se despliegan desde lo cotidiano y que en algún punto atraviesan la barrera de la comodidad para mostrar lo bizarro, aquellos pensamientos que se exponen sin filtro: lo sórdido, la perversidad de algunos deseos que no se confiesan, los caprichos que pisan la insanidad, incluso la maldad en una forma operativa, todo desplegado en oraciones que no siempre indican un horizonte, callejones sin salida que nunca se completan del todo, expuesto desde el modo de vida norteamericano -con su predilección en el subgénero del road movie-, lo que señala una explícita crítica a la psiquis capitalista, hoy profundamente señalado como disfuncional, en crisis.

Ciertamente que es tentador especular que en la forma en que Lynch retrató a los personajes, sus conflictos y los hábitats sociales en que se desenvolvían están las claves de la forma de vida estadounidense. La calle en que vivía Laura Palmer, la característica arquitectura “Colonial Revival”, el mismo que se observa en cualquier vecindario suburbano, esconde las penurias de la disfunción, por ejemplo lo que significó la crisis subprime (créditos hipotecarios basura) en 2008, o el temor de la invasión externa, son los miedos del habitante promedio de aquel país, y Lynch lo describió con absoluta pertinencia.

Hoy somos observadores del desfonde del capitalismo occidental, al menos del modo como fue concebido en el siglo XX, y esta ruptura fue primero que todo social, y en las historias e imágenes de un creador tan subjetivo como Lynch están las alertas que se muestran desde hace casi 50 años, en esa perturbadora obra “Cabeza borradora” (1977), que anticipaba el paisaje y la desdicha de individuos del presente postindustrial que asolan distintos rincones del país del norte, no se puede negar la perspicacia del intelecto del director que falleció este enero.

Por suerte el universo creado por Lynch se puede disfrutar y permite interpretaciones diversas, en eso el director fue un autor único, cada escena, cada diálogo están ahí para ser desentrañados.

 

 

 

 

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