Navidad, sus usos y la guerra


Más allá de todas las consideraciones históricas o simbólicas sobre la navidad, es una festividad que está tan profundamente incorporada en nuestro repertorio anual, para un chileno, tan importante como la fiesta de la “independencia” del dieciocho, en septiembre. Marco esta última efeméride histórica como condicional, pues como todos saben ese 18 de septiembre de 1810 lo que se conmemora, en rigor, es el inicio de un proceso que desembocaría 8 años después con la declaración de independencia. La misma cuestión funcional que sirvió para situar en ese momento la celebración de un proceso político en Chile, para el caso de la navidad, por la magnitud global que esta tiene, arrastra desde sus orígenes una serie de oportunas formas que se van adaptando según los requerimientos de autoridades religiosas y políticas en el paso de los siglos.

Desde las festividades de las Saturnales, los romanos adoraban a Saturno en cuyo homenaje se desarrollaban una serie de actividades carnavalescas que involucraban alcohol, comida, subvertimiento del orden social, y actividad sexual colectiva, en el marco del renacimiento -en el hemisferio norte- del Sol entorno al 21 de diciembre. Esto se da alrededor del siglo III de nuestra era, que avanzando con la hegemonía que logra el cristianismo en Roma, desemboca en la necesidad de cubrir aquellas prácticas paganas de un manto de orden inspirado en el control de la iglesia se instaura, en el Concilio de Nicea (325 de nuestra era) aquella fecha que según varios historiadores no tiene que ver con la probable fecha del nacimiento del personaje Jesús.

Las prácticas sincréticas en el pasar de los siglos fueron agregando otros elementos rituales a aquellas comunidades locales-nacionales (árbol de guirnaldas, papa Noel, renos) que adquirieron aquel periodo del año como una fiesta de relajo necesaria para iniciar el nuevo ciclo anual, e impactó obviamente en los territorios del hemisferio sur que en esta época vivimos la antípoda climática, entramos al verano, pero como los símbolos y ritos se insertan con la fuerza de la repetición, más ahora en pleno siglo XXI, se multiplican las figuras invernales, en una contradictoria manifestación del orden colonial, nuestros representantes festivos, en nuestro caluroso diciembre, usan los ropajes del invierno más crudo.

Nadie podría reclamar, en todo caso, sobre la pérdida del “sentido original” de estas festividades, pues si ya en su remoto origen fue un esfuerzo por contrarrestar las herejías precristianas, hoy el acto de consumo que arrastra cualquier posibilidad de un mensaje de trasfondo que no sea el de regalar y ser regalado, de manera compulsiva, claro, si es que no tienen la mala suerte de habitar alguna zona en conflicto, o en la pobreza. Ni hablar del pesar que se debe estar viviendo en el territorio donde se supone que todo partió: judea, específicamente Belén que se encuentra en territorio Palestino (Cisjordania), identidad étnica asediada por el pueblo de Dios, será uno más de los contrasentidos de estas festividades, en que por un lado se repiten eslóganes de buenas intenciones desde nuestros contextos de habitantes domesticados por las pulsiones de consumo, y por otro la violencia fratricida -en el medio oriente- que no se incomoda en matar a cientos, la mayoría mujeres y niños que nada tiene que ver con un papel beligerante.

Hay dos momentos en que en todo caso se pudo conocer algo de ese ambiente que tiene significación en momentos de conflictos. Uno es la “tregua de navidad” de 1914 en que la nochebuena soldados de ambos lados se reunieron, desarmados, para compartir el dolor de aquel conflicto, se ha señalado como un momento extraordinario que fue expresión de la propia situación que vivían aquellos soldados (franco-belgas / alemanes).

Ha habido otros momentos puntuales recogidos en medio de la violencia más extrema, pero en general son la excepción, pues al momento en que existen objetivos de liquidar a un enemigo, ni un mensaje de buena voluntad es capaz de detener a los hombres de guerra.

 


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