Rumba maestrística en la era de la aceleración y la resonancia (lectura de Hartmut Rosa)
Puede que suene, hoy, con un tono de añoranza esa etapa de la historia reciente, la década del 2000, en que no existía la mediación de los soportes electrónicos que tan complejo ha tornado el vínculo cara a cara. He observado cómo ha evolucionado esta interacción, por un lado, los accesorios electrónicos de comunicación, y por el otro la experiencia “inmersiva” del baile, el momento del “contacto físico” (esto último recuerda a las noches que perdimos, por efecto de la enfermedad pandémica, que nos robó tantas oportunidades).
Lo hemos dicho tantas
veces y con mucha convicción: La fiesta, el baile y la rumba constituyen un
todo que solo puede experimentarse auténticamente en el presente del “ser-en-el-mundo”,
en la unidad de tener, estar y hacer, fenómeno que no es posible desde la
formalidad hipertextual, no obstante, esta época nos exige situarnos en los
nuevos caminos que se van mezclando en esta modernidad tardía.
Hace algún tiempo intenté
desarrollar un texto que reflexionara de una tecnología específicamente
inmersiva, la Realidad Virtual pero llegué a un punto sin salida, aunque
quisiéramos de algún modo incorporar la perspectiva de una tecnología como esa,
se hace absolutamente incompatible con la experiencia inmediata que tiene el
baile, menos un género como la salsa que exige cierta complicidad, al menos de
la duración de un tema, es decir la regla es que un baile se inicia y se
termina cuando acaba la canción, ese es el átomo desde el que se debe construir
un vínculo que es físico, no puede ser virtual.
Hartmut Rosa, de los
nuevos teóricos críticos que ha dado la Escuela de Frankfurt, reflexiona sobre
la aceleración como aquel fenómeno de la modernidad que afecta las
interacciones sociales y la relación de los individuos con el mundo determinado
por los soportes tecnológicos (transporte en el siglo XX y comunicación en este
siglo). Lo interesante de su teoría es que describe aquella percepción
temporal, de rapidez e inmediatez que aportan las tecnologías, que produce
inevitablemente alienación (ausencia del presente físico) y si lo vemos desde
mi propia experiencia entre estos dos mundos: el baile y los smartphones
(como el principal accesorio del fenómeno de la hiperconectividad) se hace
vidente que hay una imposibilidad de coexistencia coherente.
Rosa también propone una
segunda línea teórica, ya esta vez como forma de sostener una cierta
resistencia a los efectos nocivos que produce la hiperconexión: la RESONANCIA. Esta
sería una relación dinámica y transformadora entre el individuo y el mundo que
lo rodea. El individuo no es solo el generador de la producción, un constructor
de alguna forma de valor, es también quien logra estar en contacto con los
demás, con los hábitat del entorno (naturales y culturales), y en este
reconocimiento de estos espacios -el ser ahí y el tiempo presente- el sujeto
logra contener la aceleración propia de los soportes tecnológicos, y aquí
lugares como Maestra Vida adquieren un significativo papel de resistencia, pues
cada vez que una pareja, o un grupo de personas bailan una canción, o en una
jornada completa de rumba, hay un acto que tiene un horizonte transformador en
tanto la sociedad -especialmente la nuestra, seteada en el sistema neoliberal-
exige productividad y plusvalía, que genera alienación, cuando logramos
desconectarnos estamos con uno mismo, y estamos con otros que están en la misma
sintonía, en la búsqueda de un momento de trascendencia en aquel otro que nos
acompaña en ese baile.
Byung-Chul Han señala en un pasaje de Vida Contemplativa: “La
festividad libera a la existencia humana de la estrechez del propósito y la
acción… Dónde campea el ánimo festivo, se suprime el tiempo espasmódico del
cuidado, la tensión existencial que brota del sí-mismo. El énfasis en el sí-mismo,
cede al paso a la serenidad y el desenfado…”. La referencia a Heidegger es pertinente
al contrastar aquellas experiencias, como la rumba, que exige un desacople de
todas las disposiciones que no estén centradas en el goce del momento de la
fiesta, algo que de un modo sorprendentemente seguido señalan aquellos quienes
disfrutan de Maestra Vida.
En algún momento de la etapa de instalación de redes de acceso de wiffi
en muchos lugares en Santiago, hace una década, los comensales que llegaban
cada noche pedían que tuviéramos a disposición aquel servicio, por razones operativas
de las empresas de telecomunicaciones no era posible, pero aquella situación fáctica
nos permitió señalar que al local se iba a disfrutar, no a mirara el celular,
era una invitación a la liberación de la inmediatez de la experiencia virtual.
Hoy no es necesario tener wiffi, de hecho, solo algunos turistas piden tal
cosa, pues todos tienen acceso a redes, y hay momentos en la noche que uno mira
la barra, las mesas y por un momento gana la costumbre abrumadora de evadir el
lugar que es para desconectarse. Sin embargo, y en honor a la fuerza de la
rumba, el instante del baile es sagrado, la molécula desde la que se ordena el
esquema del local sigue vivo, claro, porque es requisito, y creo que desde ese
punto podemos decir que lugares como el nuestro estarán a salvo, resistiendo en
esa idea que plantea el profesor Hartmut Rosa: resonancia.